Apuntes sobre la mediocridad discreta, la vigencia del principio de mediocridad, los containers y la basura.
Síntomas y diagnósticos de un cambio (XIII)
En junio de 1979, hará ahora treinta años, un grupo de estudiantes de COU del Colegio Magisterio de Zaragoza (*) animados por un becario celador (universitarios que colaboraban en la asistencia y vigilancia del internado del colegio) y por las lecturas apresuradas de la revista ácrata "El Pollo Urbano" o las novelas mágicas cortazarianas, se decidió a cortar el tráfico de la Calle Alfonso, la que conecta el Coso con la Plaza del Pilar, para cambiarle el nombre.
Ataviados convenientemente para la ocasión, dispuestos con cojín granate, tijeras y cinta (papel higiénico), procedieron al ritual de re-inauguración de la popular calle desde entonces, por este acto, no conocida pero si llamada "Calle de la Mediocridad Discreta". Estaba hecho: la ciudad de Zaragoza consagraba una de sus vías mas características a la media estadística nacional: la discreta mediocridad, de la que la ciudad maña es emblema y estandarte científico (**). No se conservan ni las imágenes ni el texto del discurso que leyó el entonces guitarrista de rock, "Mazinger Z", estudiante de medicina y becario celador Ricardo Guinea, aunque quedan en el recuerdo la sonora pitada de los conductores que no supieron entender la trascendencia del acto y, también, algunos conceptos del discurso como la consciencia del grupo de iniciarse en la vida adulta en lo que imaginaban como un contexto urbano, social y humano en el que las garantías de la supervivencia vendrían de la mano de la discreción, del asumirse como navegantes de la mediocridad y de entender que su "momento" era tan irrelevante como el de cualesquiera otros en cualquier otro lugar.
Una asunción vigorosa, se ha de decir, aunque tranquila, abnegada, responsable y feliz, que treinta años después nos devuelve en un nuevo ciclo el sustrato profundo de la cultura bien entendida y correcta de la sostenibilidad social, medioambiental y arquitectónica.