Faltan cuatro años para que Carver publique su primer libro de poemas, Near Klamath, obra que marca el pistoletazo de salida del Realismo Sucio. Last Exit to Brooklyn no es, en realidad, una novela, sino una compilación de seis relatos independientes ordenados de tal modo que sumen contexto. El último capítulo (o relato) del libro, Landsend, da sentido al resto en forma de coda espacial, narrando la destrucción física de parte del barrio, ahora transformado en bloques de viviendas suburbiales de génesis tan sórdida como el tejido urbano al que substituyen. Last Exit to Brooklyn es un libro oscuro. Carece del sentido del humor y de la ternura de las novelas y cuentos del autor que tradicionalmente considerado como padrino del movimiento, Charles Bukowski, y este tratamiento crudo, sin concesiones, vital y normalizado de la sordidez extrema marginarán al libro de los cánones, dándole, por aquello de la acción y la reacción, un prestigio enorme en determinados círculos.
En 1987, dos años antes de su adaptación cinematográfica (llevada a cabo por el director alemán Uli Edel y bendecida por el propio Selby, que coadaptará el guión y aparecerá en la película interpretando a un taxista), The Smiths, grupo de Manchester liderado por Steven Morrissey, llamarán al disco que están preparando en ese momento The Queen Is Dead, el título del segundo capítulo/relato del libro. The Smiths se caracterizan por un retorno a los orígenes de la música rock reaccionando contra la música envarada, sobrearreglada, barroca y vacía de su época. Aparecen en escena con ropa de calle, sin maquillaje, sin apenas efectos lumínicos, dando todo el protagonismo a una música caracterizada por acordes básicos, monolítica, sin solos instrumentales, con el volumen de la voz al mismo nivel que el de los instrumentos. Las letras se trabajan mucho, y beben de influencias literarias y cinematográficas explícitas. Como Selby, Morrissey hablará sobre temas espinosos en ellas: desde el sexo homosexual adolescente al maltrato o al suicidio. Las referencias musicales con las que trabaja el grupo son seminales: el rock de los orígenes del movimiento a mediados de los años 50. Precisamente la misma época en que Josep Lluís Mateo, arquitecto graduado a mediados de los setenta, sitúa sus propias referencias seminales. Los orígenes de su carrera coinciden con el momento de máxima expresión del Postmodernismo, movimiento contra el que el arquitecto reacciona volviendo la vista hacia los arquitectos de la Segunda Generación del Movimiento Moderno: sistematización y dispersión de sus postulados a través de la geografía global. Interacción. Diversidad.
Josep Lluís Mateo termina, en 2011, su Sede de la Filmoteca de Cataluña, emplazada más en medio del Barrio Chino que del Raval. De todo el paquete de edificios nuevos que forma la intervención urbana, simultáneamente ambiciosa y provinciana, producto de ideales de tercera mano descafeinados y peor resueltos, desafortunada en conjunto, la Sede de la Filmoteca es el más sensible a su entorno. El edificio, que asoma sobre rasante un artefacto de gran autonomía formal, realizado a base de hormigón y filtros, se expresa y organiza casi exclusivamente a través de su estructura de hormigón postesado en los tres ejes cartesianos: las dos fachadas largas son unos muros portantes recortados y trabajados en función de los espacios públicos que el edifico crea dentro de la huella que marca su volumetría, que suportan unas jácenas de gran canto que permiten eliminar cualquier soporte intermedio en el interior. Entierra sus espacios significativos, las dos salas de cine, rematadas superiormente por una plaza adyacente, un espacio de respeto regalado a la ciudad en función de la decisión principal de proyecto. Se implanta de modo que respete escrupulosamente el resto de cajas urbanas de las calles circundantes. Las actividades que propone su programa se solapan de un modo armónico y brutal a las propias de esta calle. La prostitución, que la Rambla del Raval ha desplazado a la calle d’Espalter, ha encontrado un buen soporte de actuación en los porches y los muros ciegos del edificio, usados por las noches como bebederos al aire libre: el edificio se ha insertado en el barrio como marco de acción de tantas historias de realismo sucio como seamos capaces de imaginar, formando parte del tejido del barrio exactamente igual que cualquiera de los grandes equipamientos históricos de esa parte de la ciudad.
…y, mientras tanto, el Marsella opera sin licencia.