[Jaume Prat] La Historia es una disciplina instrumental. La sociedad, globalmente, la usa más que la conoce, consensúa interpretaciones y fabrica lugares comunes, alejada de un sentido crítico que podría cuestionar explicaciones oficiales. La interpretación se realiza creando una historia, no “la” historia, que explique toda una serie de hechos considerados relevantes. La selección y jerarquización de estos hechos es, por tanto, la primera tarea del historiador. Que, a menudo, maquilla o desprecia la complejidad de la realidad para no ensuciar su hipótesis convertida en explicación oficial. Las historias de la historia se van acomodando constantemente en función de tratados más o menos relevantes que encuentran su eco en obras que suelen mezclar realidad y ficción para divulgarlas. Hay diversos ejemplos en diversos temas: la concepción de un dinosaurio o el descubrimiento de América podrían servir; las teorías divulgadas por el paleontólogo Stephen Jay Gould fijan el nuevo arquetipo del dinosaurio de sangre caliente y movimientos rápidos en una explicación opuesta a la de los tratados científicos anteriores, que describían unas bestias de sangre fría, escasa o nula inteligencia y movimientos lentos y torpes, incapaces, incluso, de resistir su peso propio. En 1978 la UNESCO declara Patrimonio Mundial de la Humanidad el yacimiento de Anse aux Meadows, descubierto en Terranova en 1960, que prueba la existencia de una colonia vikinga en territorio americano alrededor del año 1000. Evidencias documentales alargan esta presencia hasta el siglo XIV en forma de colonias de hasta 5000 habitantes ligadas, incluso, a una diócesis cristiana: Cristóbal Colón ha dejado de ser el descubridor de América para pasar a ser el desencadenante de uno de los fenómenos socioeconómicos clave para entender la Edad Moderna. La explicación de la historia es siempre contingente y circunstancial. Un cambio en su concepción puede reconfigurar nuestra visión del mundo, y, a través de ella, del presente.
La relación Cataluña-España está llegando a un cambio de paradigma. La nula sensibilidad mostrada por el Gobierno Español en cuestiones como la educación o el idioma unidas al déficit fiscal agravado por una crisis económica enquistada en el país han llevado a una buena parte de los catalanes a pedir la secesión. En estas circunstancias toma especial relevancia fijar el origen de la relación actual entre los dos países en la Guerra de Sucesión de 1700-1715, que tiene como consecuencia directa el Decreto de Nueva Planta de 1716, que dinamita las libertades de Cataluña, convirtiéndola, de hecho, en un país ocupado. La Ciudad de Barcelona, caída en manos españolas el 11 de septiembre de 1714 después de casi catorce meses de sitio, será el símbolo de la represión. La ciudad pagará un precio altísimo por su resistencia: las murallas son reconstruidas para contener a la población. Los terrenos adyacentes a tiro de cañón pasan a jurisdicción militar y son declarados no urbanizables. La ciudad quedará controlada por las tropas invasoras desde cuatro puntos de fuego: dos fortalezas militares principales, el castillo de Montjuïc y la Ciudadela, el Fort Pienc, pequeña fortaleza menor que tenía por objeto evitar que la Ciudadela pudiese quedar asediada, y los barcos que podían acercarse a la ciudad por mar. Instalaciones que se usarán para bombardear la ciudad en más de una ocasión.
La construcción de la Ciudadela constituirá para la ciudad un drama urbanístico de primera magnitud. La fortaleza, obra del ingeniero holandés Joris Prosper van Verboom, obligará al derribo del Barrio de la Ribera, que ocupaba alrededor del 25% de la ciudad. Definida esta situación, se prohibirá el crecimiento extramuros de la ciudad hasta casi 1850, provocando tales problemas de salubridad que, cuando empiezan las obras de derribo de la muralla, en 1854, la esperanza de vida de los hombres de la ciudad es de 27 años para las clases populares y 37 para las acomodadas.
El derribo de las murallas provocará el derribo de la Ciudadela y del Fort Pienc. La fortaleza de Montjuïc contiua, a 2013, en manos militares. En 1870, el maestro de obras, que no arquitecto, Josep Fontserè, rodado en la disciplina del urbanismo gracias a haberse presentado al concurso para el Ensanche de Barcelona y, previamente, por haber sido ayudante del mismo Ildefons Cerdà, ganará el concurso para la urbanización de los terrenos de la Ciudadela. Fontserè no ganará el concurso por el parque propuesto, sino por el proyecto urbanístico accesorio que entrega el parque con lo que queda de la Ciudad Vieja y con el Ensanche Cerdà, que llega por el norte, a base de manzanas irregulares que respetan las directrices del Ensanche mientras se van estrellando contra la traza de la calle Comercio, usada de borde del casco antiguo. El corazón de toda la intervención es el nuevo Mercado del Borne, proyectado por Antoni Rovira i Trias, el mismo Fontserè y el ingeniero Josep Maria Corne
t i Mas, que afina el cálculo hasta llegar a unas esbeltezas realmente notables. El mercado, de una extensión considerable, dejará enterradas (y, por tanto, protegidas) bajo el pavimento las ruinas de buena parte del barrio de la Ribera, que caerán en el olvido hasta que las excavadoras entren dentro de la estructura del mercado para adecuarlo como sede de la Biblioteca Provincial de Barcelona. La cantidad y la calidad de las ruinas es casi comparable a una Pompeya en miniatura: allí está el trazado de las calles, las plantas de las casas, los materiales originales. El yacimiento llevará a los responsables políticos del Ayuntamiento y de la Generalidad a reconsiderar el destino del edificio, que pasará a convertirse en un memorial de los hechos de 1714 y de la represión posterior. El proyecto resultante es obra de los arquitectos Enric Sòria y Rafael de Cáceres. La estructura original se restaura. Los cimientos de los pilares centrales quedan recalzados por tal de poder dejar el yacimiento, ubicado unos tres o cuatro metros bajo la cota actual de la ciudad, al descubierto. La diferencia de cota se usa para crear un deambulatorio perimetral con unas pasarelas apoyadas en los recalces de los cimientos que permitan crear un paisaje a través del eje principal del edificio (su eje menor) que convierta el edificio en un pasaje. Las naves laterales alojan diversos espacios museísticos, una biblioteca, un restaurante y el acceso al nivel inferior.
El aspecto más relevante de toda la intervención es el tratamiento del espacio exterior adyacente al mercado. El proyecto es obra de Vora Arquitectura y consiste, básicamente, en una gran plataforma pavimentada con dos tipos de adoquín, de medidas diferentes y tonalidades de gris diferente. Con estas dos calidades de pavimento se marcan las trazas de las calles del barrio de la Ribera, que tienen continuidad con las calles de la ciudad que se conserva, y las enlazan con las ruinas del interior del mercado. El espacio se peatonaliza y su perímetro exterior contiene un anillo con farolas y árboles. Nada más. La instalación, muy contestada, tiene la virtud de respetar y unir todos los diversos tipos de usuario: desde el vecino que vive ahí al paseante casual, el turista o el que viaja al lugar una o dos veces al año para usarlo como memorial. Vora arquitectura ha conseguido, con su intervención, apoyar y dar viabilidad a una opción política que no puede estar reñida con el uso cuotidiano del único espacio vacío de una zona tan densamente poblada y usada. La intervención sorprende por su discreción, por el carácter de eslabón entre las diversas realidades existentes: el paseo del Borne, los edificios de trazado medieval, las manzanas proyectadas y construidas por Josep Fontserè acompañando al mercado, ahora memorial, más en el centro de todo que nunca: los arquitectos han sabido hacer una obra autónoma que es poco más que una infraestructura que realza todos los referentes de alrededor. Y todavía más: los arquitectos han sabido convertir un vacío urbano de la ciudad creado por unas tropas invasoras para tener un ángulo de tiro adecuado para los cañones de la Ciudadela, un vacío que jamás había perdido este carácter militar, en un vacío que la ciudad pueda asimilar en positivo de un modo activo. Un vacío que es, en sí mismo, un memorial. Un vacío que es un pulmón urbano. Un vacío que es una explanada a la medida de la estructura del mercado. Un vacío cívico en mayúsculas realizado en unas circunstancias muy difíciles tanto por las circunstancias urbanísticas como por la carga histórica del lugar.
Ciudad: Barcelona
Agentes: Vora Arquitectura
Agentes: Enric Sòria
Agentes: Rafael de Cáceres
Edificios: Mercado del Borne
Autoría de la imagen: Jaume Prat