–Desde que comenzó su carrera no ha parado de recibir premios, el último, el Andalucía de Arquitectura. Parece librarse del “desprecio al talento de los arquitectos andaluces” que usted ha denunciado.
–Es verdad que en ocasiones los políticos han prescindido de los arquitectos andaluces. Sin ir más lejos, Cajasol. La torre se sacó a concurso y no hubo ni siquiera un arquitecto andaluz invitado.
–¿A qué achaca este actitud?
–A una actitud provinciana que hace pensar que todo lo que viene de fuera es mejor que lo que tenemos dentro. Esto supone no sólo un desprecio al talento. Si se cuenta con un arquitecto de aquí, su proyecto se vinculará al tejido productivo (empresas constructoras, talleres…) de Andalucía.
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–¿Cómo interpreta la tendencia en Sevilla de apostar por los hitos arquitectónicos con el fin de modernizarla? ¿Cumplen estos proyectos esa función?
–Todas las ciudades andan buscando nuevos iconos e hitos. Es un poco absurdo. Los iconos aparecen, no se buscan. El icono significa edificio singular y, por tanto, ruptura con la continuidad del tejido urbano. Esto se debe producir cuando existe una voluntad colectiva de una ciudad en producir esa ruptura. Si no existe, me parece superfluo ir buscando iconos. Sevilla es una ciudad donde la relación entre el monumento y el caserío se caracteriza por una yuxtaposición, una promiscuidad entre ambos. No existe el monumento con carácter rupturista, sino que a lo largo de todo el proceso de construcción se ha producido siempre, salvo excepciones que han venido impuestas desde fuera, como el caso del Archivo de Indias –el único edificio impuesto por el poder central, que se inserta en la trama con voluntad de ruptura–, una convivencia entre el monumento y el caserío, una interrelación en la que se desdibujan los límites entre lo público y lo privado. En Sevilla los conventos, los palacios… no tienen una voluntad de significarse dentro de la trama urbana, como sí ocurre en Florencia. A lo máximo que llegan es a un retranqueo y en ocasiones incluso, el caserío tiene tanta potencia que pasa por delante.
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–¿Y ve en Sevilla esa voluntad colectiva de buscar nuevos iconos?
–No. Y si la hay, no se ha expresado. Por ejemplo, el debate de la altura con la torre de Cajasol. Creo que no se ha producido. Habría que haber analizado si la ciudad necesita o no un edificio en altura como icono que nos represente. Y por qué uno y no diez, y por qué en Cartuja y no en Amate. Me parece que, en primer lugar, lo que hubiera convenido es crear una plataforma de discusión sobre si Sevilla necesita iconos. Y punto dos: si el crecimiento urbano se va a hacer en altura o con la expansión ilimitada, insostenible e insoportable que arrasa el territorio y el paisaje. Habría que buscar una alternativa, que podría ser una reformulación en términos urbanos de las periferias. Como alguna vez se habló en Barcelona de monumentalizar las periferias, habría que crear ciudad en las periferias.
–De hecho, el Centro absorbe los nuevos proyectos arquitectónicos. Quizás la excepción sea su Palacio de Exposiciones en Sevilla Este, que puede ser ese edificio singular que demandan los barrios.
–Eso es lo que creo. Frente al crecimiento ilimitado, me parece importante reflexionar sobre cuál es el modelo a seguir para que los ciudadanos se sientan orgullosos de su ciudad en su totalidad. Debemos intentar que la ciudad sea tan confortable y emocionante para los ciudadanos en su Centro como en su periferia. Ya que tenemos urbanizadas esas periferias, debemos hacer ciudad de ellas. ¿Cómo? Con edificios singulares, bueno, mejor de equipamiento cultural, educativo, como el de Fibes… y reflexionando sobre las residencias. Habrá periferias en las que habrá que demoler y en su lugar construir edificios de mayor densidad, en altura. Lo que parece evidente es que las ciudades de baja densidad son insostenibles.
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–En la presentación de esa exposición dijo que en sus proyectos siempre volvía a sus raíces sevillanas. ¿Cuáles son esas raíces?
–Hay un tema que me ha preocupado siempre: el edificio más allá de su condición de objeto. Me gusta la arquitectura que hunde sus raíces en el suelo porque es la única forma de alcanzar el valor de la universalidad. Por mis proyectos transita de forma obsesiva la introducción de espacios ambiguos, imprecisos, que no sabes si son públicos o privados. Estos espacios (el zaguán, el patio de las casas sevillanas…) son los de la mediterraneidad que la arquitectura contemporánea ha perdido y que yo creo imprescindible recuperar.
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Entrevista completa en El correo de Andalucía