28 de febrero de 2012

Apreciado Rafael…
La insistencia de Luis Moreno Mansilla y de Emilio Tuñón nos ha legado a muchos la parte de tu magisterio que obliga a esa terna (para siempre) indiscutida del arquitecto, que debe obrar, enseñar y escribir. Y no podemos sino admitir que escribir resulta comprometido, arriesgado y las mas de las ocasiones infructuoso, incomprensible e, incluso… innecesario. También obrar, y enseñar. La red, con sus infinitas derivadas, con la inmediatez de las presencias tanto anónimas como colectivas, ha venido a agrandar los abismos y cimas posibles incorporando la gracia, o la náusea según el caso, que supone conocer las directas reacciones de quienes leen. Y puede que, en ese contexto, esto que ahora escribo sea abismo del todo prescindible, no cabe duda. Por eso debo disculparme, por adelantado, porque no he hecho sino empezar y ya siento el vértigo del error.

Pero me obligo a escribirte, de este modo abierto propio de la red, motivado por el común aprecio a personas y vidas como las de Luis Moreno Mansilla y Manuel de Solà-Morales, asumiendo una seguridad que, puede que ingenuamente, me concedo por la franqueza que obtuve de tí hace ya algunos años. Entonces me hablaste con la paciencia y generosidad que te caracterizan, y nos ayudaste a mostrar con el sencillo resorte de una conversación las aspiraciones, la condición real, humana, próxima y de oficio de personas que como tú, como vosotros, contribuyen en mostrar sendas singulares y hermosas en esto del pensar, compartir y hacer la arquitectura. Una franqueza que te debo y con la que ahora me atrevo.

Con esa franqueza, entonces, te digo que al leer en la edición digital del diario El País tu homenaje a Luis Moreno Mansilla, tras su fallecimiento, me viene al pensamiento, y al corazón, un inmenso desasosiego por la (errante en la red) convergencia entre las intenciones personales y el resultado publico, en la estela resultante, de tu reflexión. Se refleja esa posible distancia en los apresurados comentarios aportados por algunos de los lectores que, adjuntos, conviven en la red junto con tu texto. Un abismo imprevisible, te decía.

 

En fin, he pensado que querrías saberlo: a quienes hemos compartido tanto tu pena, dolor y desazón como tu gran afecto y exigencia para con Luis y Emilio nos duele ahora la posibilidad de una interpretación de tus palabras, que por intencionada o desorientada pudiera ocultar lo que a todas luces se recibe como un sentidísimo elogio para con Luis y un tender la mano para con Emilio. 

 

La dificultad del llanto, la urgencia de la manifestación y la sorprendente convivencia con lo casual en la red parece que señalan algo que nos resulta prescindible, pero no sabemos bien identificarlo, no nos atrevemos a decirlo, no sabemos cómo hacerlo, Rafael. Parece también muy doloroso, tanto como la pérdida de Luis y, ayer, de Manel.

 

Triste semana de febrero, que no olvidaremos, en la que optamos por aquello que dicho o hecho, como ocurre con la arquitectura cuando es tal, nos hace mejores a todos, prefiriendo olvidar lo que por innecesario ya es prescindible y, sin embargo, acordarnos de maestros que como Emilio y tú en estos días podéis necesitar, en tanto que personas, de todo nuestro afecto y aprecio.

Tomadlos, por favor, son vuestros.

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