por Félix Arranz
Breve. Con julio, cada año y en Europa, llega el fin del mundo. En España es un hecho constatable, sin margen de duda. El avistamiento del abismo vacacional de agosto, de la administración pública y de los administrados, tiene como consecuencia el exagerado frenesí de un mes en el que todo todo todo ha de terminar. No hay vida más allá del 32 de julio, como no la hay en su antípoda invernal: el 32 de diciembre. Pero, un momento, si no hay vida… ¿por qué siguen encendidas las luces en los estudios de arquitectura? ¡Ay! Con julio, cada año y en España, llegan los concursos de agosto. Es un fenómeno de floración concursal, este de las convocatorias, siempre sorprendente, que combinado con otro fenómeno de la naturaleza administrativa todavía más, si cabe, «mágico» como lo es la imposible ecuación entre el material solicitado para responder a los más humildes concursos agosteños de ideas y el tiempo necesario para resolver el material solicitado, tiene como consecuencia lo que una buena amiga, Isabela, denomina «lo necesario e inminente de una querella criminal por atentar contra los principios básicos de la sensatez y de la conciliación familiar de los arquitectos y arquitectas españoles».
Isabela lo ha calculado, ha estipulado el número de horas necesarias para cubrir de respuestas, en simples concursos de anteproyectos de ideas, los dinaunos y dinaceros que se piden, el laberinto de documentos compulsados que son necesarios y las cada vez más voluminosas memorias y justificaciones codigotecnificadas y no da. No da. De ello hablábamos tan apenas ayer cuando cerca de las diez de la noche nos encontramos en la calle, ella regresando en bicicleta de su estudio y yo charlando por teléfono en la puerta de casa intentando terminar una conversación sobre la formación de un equipo para un concurso. Interrumpí la llamada para poder saludar a Isabela, y saber de su indignación y disposición en organizar una llamada general a la rebeldía contra los concursos de arquitectura convocados en agosto y diciembre por anticonstitucionales y anticonciliadores. Por no hablar de economía, claro.
El caso es que cuando tras terminar de charlar con Isabela, y recuperar y resolver la llamada interrumpida, pude terminar el día «laboral» me dí cuenta que ya eran las once y que, un día más, una semana más, un julio más, los niños ya estarían acostados y yo sin cenar. Isabela tiene razón, me apunto a su querella: muerte a los concursos de agosto y a los horarios antifamiliares, antipersonales. Aunque lo del horario tendrá que ser poco a poco, eso nos lo infectaron mal nuestros -magníficos- profesores de proyectos y es un prejuicio que necesitará mucho antibiótico o una querella contra nosotros mismos. Es asunto serio, poca broma.
Consuelos de viajados: el frío que deben estar pasando los amigos septentrionales y -ojalá- la suerte de pescar algo en el revuelto río de concursos de agosto. Dichoso julio. Suerte.
Agentes: Isabela de Rentería