29 de julio de 2022

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sección: Fuera de Tiempo

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Ahora la pared tiene más vecinos. Un oportuno NO A LA GUERRA acampa sobre la placa metálica. Pero a mí sigue gustándome más así, como cuando tomé la foto. Sobre todo al atardecer. Entonces el intemporal PUTOS MODERNOS PUTA BASURA, solo y libre, se bastaba para llenar la calle del general Torrijos con sus letras fosforescentes y una firma en garabato que no consigo descifrar. No cabe decir más, ni decirlo mejor. ¿De dónde procede esa irritación que me llena cada vez que oigo o leo la palabra «moderno»? O, con más precisión, cada vez que me cruzo con la palabra «moderno» aplicada a algo de hoy en día. Pero ése es, precisamente, el campo de uso de esa palabra, su sentido más propio. Lo «moderno» es, estrictamente, lo hecho «al modo hodierno», al modo de hoy. Su primer y lejano uso fue aplicado a la liturgia católica, y en ese mismo campo fijó su sentido actual, en el debate entorno a la reforma religiosa de finales del siglo XIX, necesaria para dar una nueva y efectiva viscosidad a la influencia clerical sobre las consciencias populares. Dadá, aquella maravillosa «Sociedad Anónima para la explotación del vocabulario» dirigida por Tristan Tara, estaba vacunado contra esa infección: DADA N’EST PAS MODERNE era una de las consignas que más desconcertaban a «los idiotas y a los profesores españoles» (Arp, 1921), acostumbrados a creer que hoy en día hay que ser moderno si se quiere llegar a algo en la vida. Allá los modernos. Porque ser moderno resulta una tarea agotadora. Piénsese por un momento: el moderno, ese que se desliza con elegancia californiana sobre la cresta del instante, ese que cada vez saca del bolsillo una moneda recién acuñada, ése es, sobre todo, un esforzado.

El moderno no nos da los buenos días al vernos, no nos reconoce por la calle, ni a nosotros ni a nadie, porque para reconocer hay que referirse a un «antes». Incluso si nuestro rostro mudo le incitara al saludo espontáneo tampoco lo haría: el tiempo entre el decidir saludarnos y el ir a abrir la boca para hacerlo ya es suficiente para haber enviado atrás, hacia el pasado, su intención de saludar. El moderno se queda boquiabierto, sin conseguir recordar qué es lo quería hacer. ¿Y si hablase sin intención, impremeditamente? Sí, pero, ¿en qué idioma? No en el que le enseñaron sus padres o en la academia de inglés, ni en ninguno otro que él ya supiera, porque ésos ya los aprendió -son de antes, del pasado. El único idioma en el que el moderno puede hablar es uno que inaugure y fije su sentido en el mismo acto de ser pronunciado. Ni él mismo lo entendería, ni le interesaría entenderlo, por cosa ya dicha, no nosotros lo entenderíamos, incapaces de desentrañar un galimatías que, caso de llegarse a descifrar, ya habría sido substituido por otro nuevo. El moderno no retiene nada: ni los rostros de su familia, de sus amigos, ni el lenguaje, que se escurre de su boca como un hilillo de baba siempre brillante. Ni siquiera los alimentos que toma permanecen mucho tiempo en su interior. El moderno, para ser íntegramente moderno, llega a hacerse acompañar de un estado de descomposición permanente, capaz de imponerle la premura y urgencia del instante. Un autista con diarrea: ése es el moderno, que tan abundantemente pringa las publicaciones de arquitectura hechas al modo hodierno.

Son dos los productos que moldean día a día la figura del moderno, que condensan e inspiran su imaginario, que son tanto su causa como su efecto. Igual como la producción en manufactura o la producción en la cadena de montaje fueron cada una capaces de  eterminar en su tiempo al trabajador que las producía, moldeando sus habilidades, su capacidad de ideación, su alma y su conducta, del mismo modo otro tipo de producción fabrica ahora al moderno, al sujeto capaz tanto de disfrutar de esos productos como de producirlos.

El primero de ellos es la basura, que es el único producto efectivamente nuevo cada día. Todos los otros tienen una duración auspiciablemente indeterminada: incluso la prensa diaria encuentra en hemerotecas y archivos informáticos su espacio de memoria y supervivencia. El producto ideal del moderno es la basura, y la basura produce como su resultado más completo al moderno.

El otro producto que vale como reflejo y matriz del moderno es la mercancía. Es en la mercancía donde el moderno ha aprendido la aspiración a parecer distinto cada día. El mercado necesita que lo que se ofrece hoy en venta se presente como distinto a lo que ya tenemos, y por distinto apetecible.

Pero el moderno no es una figura absurda. No hay absurdos en la historia. Si el moderno existe es porque cumple un papel efectivo, porque posee una habilidad  insustituible. Fue Fernando quien me lo reveló. El moderno, el arquitecto moderno, el metapolitano por excelencia, es aquel que ha sido capaz de convencer a alcaldes, políticos y demás agentes publicitarios del negocio inmobiliario de que necesitan algo que sólo él puede venderles: modernidad.

Josep Quetglas, 14 de abril de 2003

(*) Nota de contexto
Cuando se empezó a plantear la posibilidad de una «publicación de una sola hoja, plegada» en la que dar voz e identidad gráfica a una persona/equipo autora de arquitectura (parte monográfica y póster) y también a tres artículos de firmas independientes (parte «revista» con tres secciones: Ronda Editorial, Tránsito y Fuera de Tiempo) todo ello lo imaginábamos en conversaciones telefónicas y algún que otro café en la villa de Gracia  con Pep Quetglas y Helio pIñón. La idea, el enunciado original, era alternar las conversaciones con personas autoras entre Helio y yo. Igualmente alternar las reflexiones de la sección «Fuera de Tiempo» entre Pep y Maite Muñoz. Los jóvenes Josep Bohigas, (por entonces 1/3 de BOPBAA) y Roger Miralles animarían invitando a diestro y siniestro en Tránsito a gentes de su generación o, si cabía, mas jóvenes o estudiantes. La Ronda Editorial quedaba al albur de discusión entre unos y otros, con la pretensión de ofrecer un mirador de opciones editoriales en arquitectura. Roger, además, se encargaría de la Jefatura de Redacción. Como es natural el esquema se simplificó en cuanto se inició la labor real, y también el tiempo y los recursos disponibles, de manera que Helio optó por pasar al otro lado (con opción a ser uno de los autores) del espejo editorial. Pep y Maite, cumplidores como nadie, mantuvieron escrupulosamente su irse alternando en los números publicados. ¿Y los jóvenes? Es complicidad que sirvió, mucho, y que sigue desde entonces abierta dando no pocos spin-offs. Josep, finalizada la etapa BOPBAA, se encarga actualmente de la agencia de planificación estratégica de Barcelona Regional y Roger es director de la Escola Técnica Superior d’Arquitectura (ETSA) de la URV, pero también animador del territori Jujol y editor/autor de maravillosas publicaciones.

Félix Arranz, julio de 2022

Agentes: Rafael Moneo