por Izaskun Chinchilla
5 de mayo de 2009

A algunos les preocupa la reciente sobre utilización de la palabra “SOSTENIBLE” en conversaciones públicas, comunes o técnicas y argumentan una perdida de significado del término por su creciente popularización y su consecuente polisemia. Otros hacen una valoración distinta de esta recurrencia observando que, como mínimo, trae la buena nueva de una sensibilización creciente. En medio de toda esta “controversia de bolsillo”, persiste el hálito de los lectores que fueron y son del mexicano Octavio Paz que siguen creyendo en nuestro derecho a la palabra, no solo para su uso oficial sino para dotarla del más profundo de los significados, la más completa de las interpretaciones, la más específica de las declinaciones y la más persuasiva de las sugerencias. Esta tradición o esta militancia propone una construcción constante, responsable, relevante y colectiva del lenguaje, su significado y su uso y es la actitud que alumbra este artículo cuando se propone revisar qué puede suponer el apelativo “EXPERIMENTAL” aplicado a la arquitectura. Sustituye así este escrito la perspectiva etimológica del lenguaje por otra constructiva que no busque denunciar usos o testimonios espurios ni remitirse a ningún origen sino contribuir a esas veladuras que el uso histórico de las palabras ha trasformado en la riqueza y el matiz de las líneas contemporáneas.   

La “ARQUITECTURA EXPERIMENTAL” por otro lado, no puede esperar siquiera a mis palabras o a las de otros. Probablemente, no se entretenga en las letras de este artículo porque tiene una agenda llena de subrayados “urgentísimos”. Hay dos grandes asuntos que la reclaman y que tienen que ver con algunas de las simplificaciones que el cuerpo profesional de los arquitectos, de forma colegiada, ha adoptado en pos de la eficacia colectiva.

La primera de esas simplificaciones es la de asumir que las necesidades sociales a las que la arquitectura responde se ofrecen irrefutables y empaquetadas en bases de concurso, planes de intervención o programas de actuación. Esos documentos, redactados en buena medida por otros arquitectos, congelan datos estadísticos sobre lo que el mundo aparentemente reclama. Se pierde la perspectiva dinámica y la interacción en profundidad que permitirían, en un proceso participado y de ida y vuelta, definir con cierta solvencia las verdaderas necesidades colectivas. En este punto tenemos una de las primeras frases que se pueden sacar como entrecomillados del artículo: la arquitectura experimental no atiende a definiciones funcionales estadísticas sino que establece un contacto con los verdaderos usuarios e interactúa con ellos arrojando datos ciertos sobre lo que es o no necesario. Valga esta primera sentencia para resumir el primer grupo de llamadas urgentes de esa agenda antes referida y pasar al prometido segundo.

La segunda causa de premura es la pérdida de contacto directo con el medio físico. De nuevo, otros gentiles arquitectos incluidos en los más variados sectores productivos: la fabricación de productos para la construcción, la redacción de normativas o la elaboración de revistas profesionales, han empaquetado para el ejercicio oficial de la arquitectura los asuntos del medio físico a los que los arquitectos deben atender. “Cuánto contamina, cuánto consume o de dónde se saca” se mira en una tabla. Hasta dónde debe importarnos cada uno de esos factores, nos los dice la Normativa. Cuáles son los paisajes a conservar, qué es arquitectura integrada, o como de admisible es que las cosas tengan pinta de viejas es un criterio que incorporamos tras auténticos empachos de consumo de imágenes con el cuño de la “arquitectura que hay que hacer”. Ya en los noventa dijo Manuel de Landa que los arquitectos “debían reenamorarse de la materia” y construyó con ello una fantástica introducción para nuestro segundo entrecomillado: la arquitectura experimental interactúa con el medio físico y se sitúa entre lo científicamente posible y lo técnicamente resoluble para obtener una definición actualizada y específica del marco física en el que se inscribe.         

 

Dichas las cosas que son urgentes e importantísimas quedan otras muchas sustantivas y formales que habría que decir pero que, por extensión, cobran aquí forma de sentencias directas, ligeras y de valor más enunciativo que justificativo. 

La “arquitectura experimental” es, por necesidad, inestable. Si entendemos el ejercicio de la “arquitectura oficial” como una sucesión de etapas donde un código compartido llamado estilo, movimiento, principio o paradigma impera y dicta las definiciones de cómo se hacen las cosas lo experimental propone una desestabilización del protocolo oficial. 

La “arquitectura experimental” es controvertida, no puede ser inapelable sino opinable. Uno de los argumentos clásicos de lo experimental ha sido la refutación, se prueban cosas cuando se trata de demostrar la imprecisión de teorías que no se comparten.     

La “arquitectura experimental” se ubica en los límites del uso de la tecnología proporcionando datos para y desde el saber científico. Los artefactos demuestran así estar repletos de hechos y la experimentalidad de argumentos que emergen de la práctica. 

La “arquitectura experimental” debe poder fallar, es decir, debe formular hipótesis que puedan o no cumplirse. Ya dijo Francis Bacon que “la verdad emerge más prestamente del error que de la confusión” y, en arquitectura, la equivocación ha sido eliminada de lo posible a base de ocultar hipótesis o construir arquitecturas que no brindan un ensanchamiento del saber técnico, es decir, a partir de la generación de una buena dosis de confusión. 

La “arquitectura experimental” admite que el descubrimiento y la innovación son procesos complejos y construidos. Algunos ejemplos históricos muestran como, en ocasiones, es difícil determinar cuando y quien realiz
ó un descubrimiento. Requiere, además del aislamiento de las evidencias, la constatación de que hay algo nuevo y valioso detrás. Más que ver las evidencias se trata de construir la posición que convierte a esas evidencias en datos relevantes. Este proceso requiere identificar que algo pasa y construir la verosimulitud de lo que puede pasar. 

La “arquitectura experimental” genera un conocimiento posterior que se planifica y se valora tanto o más que la propia ejecución. En todos los epígrafes o sentencias se manifiesta implícitamente la necesidad de que la arquitectura experimental no “muera” en su inauguración sino que, precisamente a partir de esta, brinde un conocimiento colectivo basado en la experiencia.

Quedaría mucho por decir pero, por no abusar de reglones, terminaremos con el argumento que emerge, en boca de todos, de forma automática: en un país como España, con volúmenes de construcción titánicos, la arquitectura experimental es necesaria e inexcusable como mecanismo de dinamización que mejore la adaptación, aumente la eficacia y multiplique las posibilidades sociales y urbanas de las construcciones de grandes números. 

 

 

Artículo originalmente incuido en la publicación [PEx] y en el recopilatorio de las intervenciones habidas durante el seminario sobre proyectos experimentales que a finales de 2007 organizaron Ángela Ruiz y Pedro Romera en el Centro Atlántico de Arte Moderno para la biblioteca Simón Benítez Padilla, en Las Palmas de Gran Canaria.

Agentes: Izaskun Chinchilla
País: España
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