Los jardines fueron bellamente descritos en la memoria del proyecto como sigue:
Un mar de hiedra que cubre un gran número de bulbos de flores que explotan en una sinfonía de colores que acompaña el museo. Los bulbos florecen en un estudiado pentagrama monocolor en función de la época del año (la semana de las flores blancas, la semana roja, la azul, la violeta, etc…)
Un jardín premeditadamente antiguo, donde la vegetación será la protagonista más que el gesto. Un espacio natural, entendido como un pedazo de naturaleza en medio de la ciudad, en claro contraste formal con el entorno. Un aspecto despeinado, poco dibujado, con caminos estrechos y tortuosos, con un mobiliario urbano metálico verde que nos recuerda el pasado, con un cierto aire melancólico, a tono con el edificio.
El jardín, ligeramente deprimido respecto a la ciudad, con dunas (olas) que lo ocultan desde la calle, se convierte por su volumen de vegetación (hiedra, herbáceas, flores y árboles) en un oasis de silencio y tranquilidad… es como estar en medio de un bosque.
Un visitante despistado creerá que el jardín siempre estuvo allí, acompañando a Can Framis.
El museo de
can Framis rehabilita una antigua fábrica del Poble Nou barcelonés, de existencia previa a la urbanización de la trama de calles que actualmente sirve al lugar. A causa de esto queda deprimido respecto del nivel de la calle. Los jardines se diseñaron como pieza de enganche del museo a la calle. Tal y como está descrito en la memoria del proyecto, se diseñaron asimismo con la voluntad de que tuviesen un aspecto tan atemporal, clásico y tranquilo como el propio museo.
Las dos partes del proyecto (el jardín y el museo) estaban íntimamente relacionadas, macladas gracias a los cuerpos en voladizo del edificio y a los patios que introducen la vegetación y el espacio exterior hasta los interiores.
Los jardines se diseñaron mutables en el tiempo frente al aspecto más sobrio y adusto del museo, con flores que salían de plantas casi invisibles sepultadas en un tapiz de hiedra que servía de base, de la que salían diversas especies de árboles autóctonas.
A parte del Premio Ciutat de Barcelona recibieron también el Premio Nacional de Patrimonio Cultural de la Generalitat de Catalunya, un accésit en el Premio Bonaplata y una nominación al Premio de Arquitectura Española, quedando finalistas en el premio Catalunya Construcció, todo esto sólo en 2009. En 2010, los jardines específicamente quedaron finalistas en el Public Space European Prize. Actualmente optan al Premio Lamp 2010 de Iluminación Exterior Arquitectónica y al sexto Premio Europeo de Paisaje Rosa Barba.
Todos estos reconocimientos refuerzan la calidad de un espacio que, para quien tuvo la fortuna de conocerlo, necesitaba poca presentación.
El Instituto Municipal de Parques y Jardines, que tenía contratado el mantenimiento del lugar sin ser su propietario, declaró que les era más fácil mantener césped que la hiedra y los bulbos existentes, de modo que decidieron arrasar lo existente para convertir el espacio en lo que Jordi Badía ha definido como un “campo de Golf”. Esta decisión tiene una derivada económica obvia, porque se va a construir el jardín dos veces: la primera fue arrasada el pasado jueves. Ahora se debe volver a plantar todo el complejo al margen del proyecto y de los deseos del arquitecto y de la propiedad.