López Pavón, Francisco. Tanta teoría [en línea]. Scalae. Barcelona: scalae.net, 9 de mayo de 2008. Documentos. Disponible en:
Ayer por la noche durante aproximadamente una hora y media McCoy Tyner, antiguo pianista del cuarteto de John Coltrane, actuó en el Auditori de Barcelona. En el concierto, programado dentro del 2º festival de piano de Barcelona, le acompañaron Joe Lovano al saxo tenor, Charnett Moffett al contrabajo y Eric Garland a la batería.
La actuación comenzó con una interpretación fría y descoordinada que prometía lo peor. Pero el ambiente se fue encendiendo a medida que los músicos se iban deshinibiendo en respectivos y reiterados «solos». Cuando llegaron a la interpretación de Passion Dance, la situación había cambiado por completo y desde ese momento dio la impresión de que hacerlos callar sería tarea imposible.
Cada uno de ellos parecía ignorar al resto y ocuparse sólo en la íntima relación entre sí mismo y su instrumento. Pero todos interpretaban una misma pieza. Jugaban el mismo juego. Sobre el escenario, y salvo algún breve descanso para el que se alternaron sin dejar que la música se interrumpiera, apenas cruzaron palabra.
Unas horas antes, para aliviar las inútiles tensiones de un día agotador pero poco productivo, estuve deambulando por ese atrio ambiguo del Auditori, en el que uno nunca sabe bien si se encuentra dentro o fuera del recinto, y donde el espacio se configura como un punto de concurrencia entre escalas de magnitudes y órdenes diversos. Creo que esa zona es lo más interesante de un edificio que sufre el peso excesivo de algunas referencias formales y constructivas demasiado forzadas (Cuando Rafael Moneo lo proyectó, ¿quería parecerse a Louis Kahn? En el interior de las salas uno piensa que, de ser cierta esta impresión, quizá hubiera resultado más gratificante que en esta ocasión hubiera intentado seguir los pasos de Hans Scharoun en Berlín).
Al doblar la esquina de la sala que ocupa la ESMUC tuve la inesperada y agradable sorpresa de encontrar a los cuatro músicos. El viejo McCoy, y Lovano y Garland estaban sentados en el suelo apoyados contra la pared. Moffett, de pie, apuraba un cigarrillo. Todos tenían la mirada perdida en el cielo claro y despejado del aterdecer. Cada uno miraba en una dirección diferente. Sin pensarlo me senté junto a ellos y me puse también a mirar el horizonte. Alguien que no pronunció palabra y creo que ni siquiera me miró, me ofreció un cigarrillo que acepté a pesar de que no fumo desde hace años.
El insólito privilegio de compartir la improvisación de esa mirada intensa y sostenida, me llenó de una satisfacción discreta y difícil de explicar. Cuando apenas un par de horas más tarde, ellos estaban sobre el escenario y yo ocupaba mi butaca de la fila 15, creí comprender la profundidad de ese silencio y entendí que, alcanzado un determinado grado de madurez, la improvisación y la innecesariedad de teoría, son el resultado natural de un trabajo continuo, intenso y perseverante.