Síntomas y diagnósticos de un cambio (XIII)
8 de julio de 2009

En junio de 1979, hará ahora treinta años, un grupo de estudiantes de COU del Colegio Magisterio de Zaragoza (*) animados por un becario celador (universitarios que colaboraban en la asistencia y vigilancia del internado del colegio) y por las lecturas apresuradas de la revista ácrata «El Pollo Urbano» o las novelas mágicas cortazarianas, se decidió a cortar el tráfico de la Calle Alfonso, la que conecta el Coso con la Plaza del Pilar, para cambiarle el nombre.

Ataviados convenientemente para la ocasión, dispuestos con cojín granate, tijeras y cinta (papel higiénico), procedieron al ritual de re-inauguración de la popular calle desde entonces, por este acto, no conocida pero si llamada  «Calle de la Mediocridad Discreta». Estaba hecho: la ciudad de Zaragoza consagraba una de sus vías mas características a la media estadística nacional: la discreta mediocridad, de la que la ciudad maña es emblema y estandarte científico (**). No se conservan ni las imágenes ni el texto del discurso que leyó el entonces guitarrista de rock, «Mazinger Z», estudiante de medicina y becario celador Ricardo Guinea, aunque quedan en el recuerdo la sonora pitada de los conductores que no supieron entender la trascendencia del acto y, también, algunos conceptos del discurso como la consciencia del grupo de iniciarse en la vida adulta en lo que imaginaban como un contexto urbano, social y humano en el que las garantías de la supervivencia vendrían de la mano de la discreción, del asumirse como navegantes de la mediocridad y de entender que su «momento» era tan irrelevante como el de cualesquiera otros en cualquier otro lugar.

Una asunción vigorosa, se ha de decir, aunque tranquila, abnegada, responsable y feliz, que treinta años después nos devuelve en un nuevo ciclo el sustrato profundo de la cultura bien entendida y correcta de la sostenibilidad social, medioambiental y arquitectónica.

Lo que ese grupo no podía ni sospechar era lo asíncrono de su acto, en un momento en que despegaba con fuerza lo contrario: la sístole del éxito social, las actitudes «salvadoras», la abundancia política y de inversiones, la algarabía nocturna, el brillo y reconocimiento de la autoría, las nuevas arquitecturas para nuevos usos, la movida madrileña, el espacio público y el diseño catalán… Efectivamente, en Zaragoza, un grupo de soñadores y soñadoras, imaginaba un presente que ha llegado abruptamente treinta años después. Para comprobarlo sírvase preguntar a cualquier arquitecto de los que este curso culminan su carrera y han obtenido la titulación profesional: el futuro inmediato se anuncia de discreta mediocridad, es la cóncava diástole metaurbana, que, como razonábamos en el anterior editorial sobre el Campus Ultzama (***), presenta dos rostros contrapuestos, antípodas: lo abstracto-intelectual frente a lo construido-material, ambos constituidos con los deshechos del tiempo anterior. Ambos rostros comparten el tomar distancia de lo sofisticado, de los procesos reglados, de lo convencional y un sorprendente aprecio por lo que es posible encontrar en un container, por lo que otros llaman «basura».

De hecho, tal y como se describe en la wikipedia, el «principio de mediocridad» es la noción, en filosofía de la ciencia, de que no existen observadores privilegiados para un fenómeno dado. Así es como se sentían los jóvenes inauguradores zaragozanos, así es como probablemente sienten la relación con la realidad los ‘próximos’, arquitectos y no arquitectos. De manera específica, aplicado a las ciencias sociales, el principio de mediocridad afirma que no existe nada intrínsecamente especial acerca de «este» (cualquier) momento histórico, y se utiliza para estimar la duración posible de sucesos en curso acerca de los que se tienen pocos datos.

En cuanto a la discreción, recordemos que la palabra procede del latín discretus, que significa «separado». Así la mediocridad discreta hecha calle zaragozana en 1979 o devuelta como contexto general en 2009, no es sino redundancia de un sentimiento de distancia respecto de la «realidad», colmado de sensatez, prudencia y adoptado con el fin inexcusable de «no destacar» hasta, en lo posible, mantenerse en el anonimato.

¿Que cómo afecta todo esto a la arquitectura y a los arquitectos? Más que afectar, detalla la decidida voluntad antiformal de, en general, los arquitectos ‘próximos’ españoles, sumergidos en una cultura que determina el aspecto final de una intervención arquitectónica como resultado y no como principio o como objetivo. Por otra parte explicita la vigencia de los valores colectivos y de anonimato que, si bien todavía no han encontrado un encaje profesional sólido terminarán por influir el desarrollo de la lógica corporativa y de relación de los arquitectos entre sí y con otras personas.
Por último apunta la nueva tendencia de la antifabricación, es decir: de la necesidad de reconfigurar el mundo, las ciudades, la arquitectura con los materiales ya existentes incluso, y si es necesario, revolviendo en el basurero. ¿No le resultan familiares al lector estas tres sensibilidades? La mediocridad discreta, definitivamente, ha llegado para quedarse.

(*) También conocido como Colegio de Huérfanos de Magisterio. Con ocasión del catálogo dedicado en la I Bienal de Arquitectura y Urbanismo de Zaragoza a la obra zaragozana de los hermanos Regino y José Borobio, arquitectos autores del descomunal complejo del colegio e internados, próximo a la «Casa Grande» y al «Parque Grande» en una zona de la ciudad aragonesa donde las piezas urbanas tienen una escala colosal, tuvimos ocasión de -quizás- anticipar el porqué de la especial conducta de los estudiantes inaugurado
res descrita en el texto que venía a ser: «(…) el aspecto último del edificio lo definen soluciones constructivas muy experimentadas por los Borobio (muro, ventana, cubierta), de proyectos contemporáneos y que por su acumulación en Zaragoza han llevado a una clara identificación de la memoria de la ciudad con el trabajo de estos arquitectos y con la época en que se levantaron edificios como este «Colegio de Huérfanos de Magisterio», algo gris en el recuerdo con seguridad por el oscurecimiento del ladrillo de una valla que nunca ha sido transparente ni tan siquiera al griterío de los pequeños que juegan. Pequeños y jóvenes que son niñas cuando viven a la izquierda, y respectivamente niños los de la derecha. En el centro la ilusión de encontrarse fugazmente, y el retumbar de los pasos del director que vigila y dificulta el sueño adolescente.»
(**) Zaragoza ha sido tradicionalmente el campo de experimentación nacional para nuevos productos comerciales, de todo tipo, debido a su característica de reflejar en los hábitos y modos de consumo de sus habitantes la exacta media nacional española.
(***) El Campus Ultzama 2009 reunió durante tres días en el Centro Hípico Robledales de Ultzama a representantes de 14 estudios «próximos» de arquitectura, españoles, con arquitectos de las generaciones anteriores, críticos de arquitectura, sociólogos y patronos de la Fundación Arquitectura y Sociedad con el fin de debatir sobre sus principios, procesos y situaciones cuando estos se refieren a la Naturaleza, el Pensamiento y la Arquitectura.

Artículo incluido como editorial en la circular semanal «boletín SCALAE» en su edición 013

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Ciudad: Zaragoza
País: España
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