17 de noviembre de 2008

El Periódico publica una entrevista a Emilio Tuñón con motivo de su participación en el Internacional Symposium Arquitectures per a la Música, en el Palau de la Música Catalana

—¿Por qué se metió usted en arquitectura?

—Hubo algo de azar… Luis Moreno Mansilla y yo decimos que estamos en arquitectura porque es la segunda cosa que hacemos mejor, ja, ja.

—¿Cuál es su primera cosa?

—La ingeniería, quizá. Pero la vida se compone de lo esperado y de lo inesperado. Y lo inesperado es siempre más interesante. Al proyectar el Museo de Arte Contemporáneo de Castilla y León (Musac), por ejemplo, pensábamos en una estructura lineal parecida a la de las Drassanes de Barcelona y, de repente, se impusieron las diagonales, como la mezquita de Córdoba.

—¿Sus edificios le explican?

—Toda obra es un autorretrato. Las nuestras explican la oscilación permanente entre sonido y sentido.

—¿Sonido y sentido?

—El sonido es el optimismo, la alegría, las ganas de jugar; mientras que el sentido es las ganas de servir a la sociedad, de cumplir con unos sistemas constructivos, de ser responsable con el mundo.

—El Musac tiene algo de juguete, sí.

—Nos interesan las reglas de juego. Alguien se las inventa y, al compartirlas, se convierten en universales. Esa idea nos viene del Taller de Literatura Potencial, del OuLiPo, de Perec y de Queneau.

—Y tras establecer las reglas de juego, ¡pam!, ¿la libertad?

—Cuando el proyecto avanza, nos interesa ir a lo esencial, a lo comunicable. Nos encanta esa cita de Coderch que dice que la belleza última es lograr la cabeza calva de Nefertiti, arrancando el cabello uno a uno… Estamos obsesionados con abrir las cajas negras de la arquitectura. Queremos que la gente de la calle entienda un edificio.

—Las vedetes de la arquitectura prefieren construir en Dubái.

—Las vedetes funcionan como reclamo. Es como cuando el Real Madrid tenía a los mejores jugadores del mundo pero no había forma de que ganaran la Liga, ¿no? Ahora que tiene un equipo más ajustadito, la gana. Estoy de acuerdo con Joseph Beuys cuando decía que cualquiera puede ser un artista.

—Cualquiera, cualquiera…

—Si reflexionas y todo lo que haces, lo haces moralmente, tu vida se convierte en una obra de arte. Por tanto, eres un artista. Y cuando la gente convierte su vida en obra de arte, la sociedad se transforma.

—Por el bien de esa sociedad, ¿qué edificio habría que derribar ya?

—Casi todos lo edificios posmodernos con mucha figuración me ponen nervioso.

—¿Por ejemplo?

—La torre ATT de Nueva York. Pero no hace falta demolerla. Si se la das a un colectivo okupa, la convierte en un centro cultural de primera. No hay nada mejor que reciclar, en el sentido de dar nueva vida a las cosas con un cambio de uso, como le sucedió a Santa Sofía, en Estambul, uno de mis edificios favoritos.

—¿A salvar en un apocalipsis total?

—También salvaría la mezquita de Córdoba, ¡un campo de matemática! El autor era un arquitecto visigodo que se creía romano y le dieron a hacer un templo musulmán. A partir de un plano abstracto, creó unas relaciones constructivas con los elementos. Da igual que Abderramán III lo ampliara. El sistema permite que la mezquita cambie.

—Dígame un espacio en el que ha sido feliz.

—Nadando en mitad del mar.

—¡Ahí no hay tocho ni vidrio ni acero!

—Es que la felicidad es algo interior. Además, las grandes obras de arquitectura están en el límite. Y cuando digo esto pienso en un alumno de Harvard al que le tocó como vivienda una escalera. Era hermosísima. Se puede ser feliz en una escalera.

—¿Qué le ocurre ante lo sublime?

—Ante la Tourette de Le Corbusier, al atardecer, me mareé. Otra cosa es la implicación social, la satisfacción de la lectura sintáctica de un edificio… La arquitectura es el resultado de una oscilación entre la utilidad y la identificación social.

—¿Sirve para entender el mundo?

—Sobre todo. Richard Rorty decía que para conocer el mundo, hay que crear un nuevo lenguaje, a partir de las palabras anteriores. Y el mundo se construye a base de grandes escenarios donde ocurren cosas, y la satisfacción se produce cuando la gente se identifica con ellos.

—Barcelona ha perdido fuelle respecto de Madrid. ¿Me lo explica?

—Le diré qué ocurre en Madrid. Cada vez que un arquitecto gana un concurso o hace un proyecto que está bien, todos los demás nos alegramos. Creemos que beneficia al colectivo y a la sociedad. Eso hace que no se produzcan tapones generacionales y genera un optimismo colectivo.

—Creo captar el mensaje.

—Solo digo que es muy importante la apertura. En todos los sentidos.

Ref.

Mansilla-Tuñón [www.mansilla-tunon.com]

Fuente: Centro de Enlace AE, BCN

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