16 de enero de 2013

Principios y procesos de una situación plural.
Sobre algo que regaló Stein, que nos recuerda lo que dicen y simultáneamente son incapaces de decir las palabras y, en consecuencia, nos devuelve el grito del recipiente de la biblioteca como realidad y anhelo de lo que es que fue y habrá de ser un colegio, de arquitectos.

Dicen, en axonométrica, Marta García Orte y Miquel Lacasta en un lúcido remanso de su vertiginosa, por caudalosa, reflexión sobre lo cotidiano de los espacios comunes como antídoto de lo extraordinario y sobresingular: «Seamos claros, aparte de ciertas situaciones extremas, la gran ambición de la arquitectura debería ser el dotar de máxima calidad espacial, funcional y técnica a la mayoría de edificios corrientes, con programas corrientes y situaciones corrientes que llegan a los despachos de arquitectura, es decir dar el máximo de arquitectura para los proyectos mínimos. O en otras palabras, no pretender disfrazar de museo un edificio de vivienda social, un centro de asistencia primaria o un colegio. Eso no quiere decir que debamos renunciar a la ambición arquitectónica, sino todo lo contrario, significa concentrar la máxima ambición en los proyectos cotidianos sin desnaturalizarlos.» y leyendo algo tan rotundo, tan «vogador» resulta inevitable descubrir en un rincón del recuerdo el eco de otro viejo y apurado remanso, en esta ocasión de Gertrude Stein, por el que «rosa es una rosa es una rosa es una rosa« o, si se prefiere: colegio es un colegio es un colegio es un colegio. Vaya: A es A.

En tiempos, los actuales, en que no cejamos en leer y leer en papeles y dispositivos -la avalancha de reflexiones que surgen en la vida y en la red lo obliga e invita- resultan de alivio estas frescas y bien perfiladas reclamaciones sobre lo esencial de la arquitectura y sus agentes, que en su fondo reclaman sobre el lenguaje y sobre el sentido, significado y oportunidad de los términos. Las palabras. Y siendo así: ¿levanta o no la ceja, quien lee esto, al tropezar con el triángulo anterior de certeza incógnita por el que «colegio es un colegio es un colegio es un colegio» ¿Qué es un colegio? 

¿Palabras? Aún mas: preguntas. Vamos a ello: supimos lo que eran los colegios, si hablamos de las antaño robustas agrupaciones profesionales orientadas al reconocimiento, gestión y defensa de las atribuciones y competencias de los arquitectos y, con motivo, atendemos desde una prolongada y tensa serenidad los esfuerzos variados por recordarlo o por lanzar hipótesis futuras para el término y la institución por parte de sus responsables, corresponsables y críticos. Sospechamos así que, de persistir unos minutos mas la confluencia contemporánea de circunstancias, habremos no sólo dejado de saberlo sino olvidado completamente y, observamos con ojos escocidos la lucha diaria -guerra perdida de antemano por mantener infraestructuras, costumbres y compromisos que ahora resultan próximos a lo estéril y abonados a lo estructural y económicamente insostenible pero que no han encontrado aún relevo aceptable por la responsabilidad y la sensatez- y los modos en que sus dirigentes y representantes se hacen la pregunta cada día, cada noche, en un prolongado y agotador insomnio.

En ese mar de dudas y confluencias sorprendentes nos alegra por luminosa la reciente declaración del colegio catalán de arquitectos sobre algo que identifica como identidad y como indiscutible razón vital: la biblioteca-archivo. Parece no sólo atinado sino necesario y retroactivamente visionario mantener un empeño eficaz en proteger los resultados y documentos de una red de conocimiento antigua y ancestral: lo escrito, dibujado y publicado alrededor de la arquitectura, paisaje y ciudades de unas gentes y, si se nos permite, de un país. Será deseable su reconocimiento.

Claro que acostumbrados -tormento de prejuicios- a las múltiples acepciones que ofrece el diccionario se nos escurre un ¿y qué mas? o…, su reflejo: ¿y no es suficiente?, ¿para qué mas?.

Entonces: ¿qué es un colegio que fue un colegio que será un colegio? Mejor que no dicten la respuesta los globos sonda de leyes y legisladores, o peor: jueces improvisados, apresurados o interesados por ser parte de un negocio. Mejor que el agua al cuello suelte de las gargantas el grito, la frase, que ha de señalar un futuro capaz como recipiente de lo mejor de los muchos pasados y mejor que esa frase incluya la razón de las tan queridas bibliotecas. En la plaza de la catedral de Barcelona lo están gritando y merece la pena. Desde aquí nuestro apoyo a una espléndida iniciativa. Así bogamos, por supuesto.

Y, estando en Barcelona, un aviso: no comprometáis el 31 de enero, por favor, y marcadlo en la agenda. Ese día, así lo esperamos, puede que nos reencontremos en la lectura de una apabullante declaración personal de alguien que ha dado sentido y proyecto a la ciudad, y -de paso- en el inicio de un debate cruzado en el que todos los agentes y gentes de palabra que confluyen en la génesis y realización de la arquitectura tienen lugar, sin excepción. 15 días y ya empezamos…

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