El jurado de la XI Bienal Española de Arquitectura y Urbanismo ha identificado dos ternas de proyectos como maneras alternativas de entender lo que hasta ahora ha sido prioridad social -inversión pública en servicios y equipamientos- frente al relevo de una nueva prioridad que reinterpreta el carácter de lo «próximo y necesario» en la atención pública/privada en modos alternativos de vivienda y de uso del patrimonio.
Pueden leer el Acta completa del jurado en este enlace
El jurado, en el acta hecha hoy pública, razona su modo de entender este relevo:
Aún cuando se mantienen entre los proyectos seleccionados un cierto número de edificios representativos (sedes institucionales y museos), la vivienda, y, en concreto, los proyectos de vivienda pública, han concurrido de forma destacada en esta edición de la XI BEAU. Tanto es así, que el jurado ha propuesto conceder el premio de arquitectura a un Edificio de 131 Viviendas Protegidas en Mieres, de los arquitectos Bernardo Angelini y Bernardo Casino (zigzag arquitectura) que tiene a su vez la destacable particularidad de poder encuadrarse dentro de la categoría de arquitectos jóvenes.
Lo propone por los diversos valores que atesora este proyecto. En primer lugar su atenta inserción en un entorno urbano, con un paisaje que se percibe desde las aperturas de la manzana; cuyo interior se convierte en un espacio de relación, al que se vuelcan accesos y viviendas. El tratamiento de las pieles del edificio resulta inteligente y sensible, al rememorar con paneles de acero la memoria industrial de la villa y con celosías de madera y la envolvente curvilínea de la planta baja, los prados y montes que la rodean.Resulta destacable la madurez con que se resuelven las viviendas pasantes, las discretas soluciones ambientales, la disposición de los accesos en el interior de manzana y el juego de orientación y alturas para conseguir su adecuado asoleo.El jurado acordó conceder dos menciones, al conjunto residencial en Caramoñina, en Santiago de Compostela, del arquitecto Víctor López Cotelo, y a la Casa en Paderne, en Lugo, del arquitecto Carlos Quintáns Eiras. Ambas coinciden en la sobriedad, elegancia y sensibilidad con que resuelven su implantación en un contexto delicado y en cada uno de sus detalles. En Caramoñina el diálogo con las preexistencias, en particular con el cercano parque de Bonaval; la cuidada transición entre ciudad histórica y su extensión; la construcción de un recorrido público desde lo privado; el dominio de la escala y de lo material, constituyen valores destacados. En Paderne lo son la sabia transformación de un antiguo palleiro, manteniendo los gruesos muros de piedra y sustituyendo los añadidos por una ligera envolvente de madera que se ajusta sutilmente a aquellos y se abre al paisaje.El jurado consideró que debía reconocer asimismo de manera especial, mediante este comentario, a tres proyectos que destacan en el conjunto de finalistas y coinciden en su tipología como museos. Se trata de un reconocimiento obligado en la medida en que son tres intervenciones magistrales de arquitectura institucional para la cultura planteadas desde una óptica próxima y necesaria, claramente, en la lógica que ha conducido las decisiones de inversión pública y privada hasta muy recientemente. En otro tipo de deriva, alternativa, por parte del jurado, y en base a su excelencia material y coherencia con los objetivos que se les solicitan a estas arquitecturas, basadas además en la discusión y puesta en valor patrimonial y urbano, pudieran haber sido merecedoras del premio y accésits de arquitectura. No resulta de este modo por cuanto el jurado ha entendido que la terna premiada, de viviendas en todos los casos, ofrece una sincronía mas perfecta tanto con las aspiraciones y compromisos públicos del presente actual, como con el fondo, “espíritu”, de la presente BEAU que relaciona lo próximo con lo cercano y lo necesario con la vida, en una acepción en la que, sin duda, la arquitectura de vivienda se reivindica como eficaz y primer –próximo y necesario‐ activador de relaciones: urbanas, de mercado, plásticas y de paisaje.En cualquier caso, sirva el presente comentario para ejemplificar la decisión de este jurado de, con el fin de resolver su trabajo, abordar la resolución de los premios, la competencia final, entre arquitecturas comparables entre sí, por responder a planteamientos tipológicos similares o dentro de una misma familia.El primer reconocimiento es para el edificio del Museo Arqueológico de Álava, en Vitoria‐Gasteiz, del arquitecto Francisco Mangado, que aborda en su configuración una brillante lección en cuanto al encaje de una arquitectura nueva, que no renuncia a su propio tiempo siendo capaz, simultáneamente, de entrar en un diálogo franco con una trama urbana medieval. Tiempo, en este caso, explicado y materializado mediante una edificación, cofre aparente, que hace de sus muros envolventes espacios de varias capas, en un juego arquitectónico en el que la aparente oferta de un material único, el bronce, permite calibrar y ecualizar ‐por ser vibración‐ el espacio exterior como el interior, urbano, que realmente es.El Museo Can Framis, en Barcelona, del arquitecto Jordi Badía obtiene también el reconocimiento del jurado por cuanto constituye una inteligente utilización de dos viejas naves industriales, de las que se mantiene esencialmente su volumetría y el recuerdo de sus fachadas, que se completa con un nuevo brazo que las une y configura un contenido espacio público. Destaca la calidad poétic
a de los acabados, pero muy fundamentalmente la radical actitud frente a un patrimonio que se respeta, pero que no se reproduce miméticamente. La preservación desde una creativa transformación sería el principio básico de la intervención.Finalmente, se establece un tercer reconocimiento para el Museo del Agua, en Lanjarón (Granada), del arquitecto Juan Domingo Santos, donde se resuelve con recursos económicos limitados, contención expresiva y dejando a la vista las soluciones constructivas tradicionales, la adaptación de unas viejas naves del matadero municipal como museo del agua. El reciclaje de lo existente y la sobriedad de las soluciones espaciales, basada en la limpieza de las divisiones interiores, cede todo su protagonismo al objeto de exposición, que se refuerza con la utilización de una acequia, así como con una construcción de madera que evoca la cubrición del Manantial de la Capuchina, que albergaba en su interior el primer nacimiento de agua.