Cultura/s ha hablado con doce equipos de arquitectos menores de 40 años, muy activos pese a operar en un sector en crisis, diezmado tras los años de la burbuja inmobiliaria y la arquitectura estelar. Son miembros de una nueva hornada de la arquitectura catalana, con creciente proyección pública e ideas sobre el cambio profesional, la mayoría con base en Barcelona, una meca arquitectónica en horas bajas. La conclusión: los tiempos son duros, pero hay nuevos desafíos, ganas de afrontarlos y, por tanto, esperanza.
La arquitectura es una actividad en crisis estructural. Tras años de alegrías propiciadas por la burbuja inmobiliaria, edificios espectaculares, ‘star system’ y proyección mediática, la realidad ha desvelado su feo rostro actual: parón inversor, caída vertiginosa de la actividad constructora y severo adelgazamiento, si no cierre, de despachos profesionales. El 32,4% de los arquitectos españoles está en paro, otro 14,3% subsiste en empleos no acordes con su formación, y sólo un 22% ingresa más de 21.000 euros al año, según una encuesta del Sindicato de Arquitectos divulgada en diciembre. La arquitectura expresiva, escultórica, confiada ciegamente en las virtudes de la forma –y con frecuencia abocada al derroche– está en retirada. La gestión de proyectos lanzados en su día con gran trompetería, como la Ciudad de la Cultura de Santiago, cuyos dos primeros edificios se inauguraron la semana pasada, con siete años de retraso, suscita crecientes críticas. Faltando dinero para lo imprescindible, no lo hay ya para lo suntuario. Vuelve el interés por lo social, e incluso el MoMA de Nueva York, tan dado a preferir la arquitectura más artística, acaba de corroborarlo con la muestra ‘Small scale, big change’.
Pero volvamos a España. El hecho de que en nuestro país haya 53.000 arquitectos titulados (el doble, en términos relativos, de la media europea) y una cifra similar formándose en la universidad (cada año se licencian 3.000) no hace sino endurecer la coyuntura. Algunos la consideran insalvable, de no mediar una rigurosa reconversión profesional. Pero, aún en plena tormenta, se mantiene cierto tono vital, cierta actividad, presidida a menudo, eso sí, por unos criterios antipódicos de los dominantes en los recientes años de arquitectura muy expresiva. Los arquitectos menores de 40 años que gozan ya de alguna proyección en Catalunya afirman mayoritariamente que la reinvención profesional pasa, sobre todo, por trabajar pensando en el usuario final, atentos a las exigencias medioambientales y controlando estrictamente los materiales, técnicas constructivas y presupuestos.
Sin embargo, no faltan quienes siguen apreciando mucho la expresión en sus proyectos (a la manera del danés Bjarke Ingels, otro menor de 40 años, éste ya célebre). Ni los que piensan que es hora de emigrar y labrarse el futuro lejos de Barcelona, antaño meca de tantos peregrinajes arquitectónicos. Pero, por lo general, el discurso de los encuestados (sobre sus prioridades, la crisis, el futuro y la expresión formal) se asocia al rigor y la contención. Acaso porque forman parte de la última generación que accedió al mercado cuando aún ofrecía trabajo con alguna regularidad. O porque saben que para seguir con vida profesional es preciso reformularla.
PRIORIDAD E INQUIETUDES
“La sociedad da ahora prioridad a los temas relacionados con la energía y el medio ambiente, por delante de los formales o estéticos”, afirman Emiliano López (Mendoza Argentina, 1971) y Mónica Rivera (San Juan, Puerto Rico, 1972), que juntos proponen desde Barcelona una de las arquitecturas ‘jóvenes’ con mayor eco en España. Suyas son las 27 Viviendas en Sant Andreu que merecieron el Premio FAD de Arquitectura 2008, o el hotel Aire de Bardenas, una propuesta imaginativa y desmontable en un paraje desolado junto a Tudela. “La gestación de un proyecto no empieza con el arquitecto-creador encomendándose a las musas ante un papel en blanco –declaran López/Rivera–, sino considerando, entendiendo y atendiendo las circunstancias que preceden a ese momento, ya sean políticas, económicas, funcionales o climáticas. Sólo tras esa fase el arquitecto puede
establecer su estrategia y tomar decisiones que generen formas”.
Un ideario similar anima a Eugeni Bach (Barcelona, 1974) y Anna Bach (Nummi, Finlandia, 1973), una asociación producto del viajero espíritu Erasmus. A modo de prueba práctica, ahí está su Casa por 70.000 euros en Gaüses (Girona), que con tan módico precio sirve un doble programa como vivienda y estudio de pintor. Y, a modo de argumentación teórica, añaden: “La arquitectura es una disciplina eminentemente social, que debe resolver o evitar problemas y favorecer las condiciones vitales. Creemos en su carácter utilitario porque confiamos en su capacidad para mejorar las ciudades y el medio ambiente, pese a los excesos y el descrédito de los últimos años”.
“A nosotros nos interesa la vivienda social, un terreno en el que podemos distanciarnos un poco de los criterios conservadores y mercantilistas –dicen Marta Peris (Palma de Mallorca, 1972) y José Manuel Toral (Madrid, 1978), autores de unas espléndidas viviendas en Can Caralleu, junto a la Ronda de Dalt de Barcelona, ciudad en la que residen–. Se puede evolucionar, trabajando los espacios intermedios que alarguen la experiencia de la casa, o con gradientes entre lo público y lo privado, o con dobles circulaciones, o con habitaciones comunicantes que generen movimiento, o con más visuales…”
Sergi Serrat (Barcelona, 1976), que se estrenó con sus luminosas 85 Viviendas en Can Travi (Barcelona) –y ahora aguarda a que la crisis amaine para acometer su obra reparadora en la zona cero del Carmel barcelonés–, opina que “se trata de sacar el mejor partido
de lo disponible, pese a las restricciones, y proyectar pensando en el usuario final”. Algo muy parecido indica David Tapias (Barcelona, 1973), que ha formado el equipo Campdavellaners con Núria Salvadó (Reus, 1974), firmando obras de potente modestia, como su guardería en Pratdip: “Lo nuestro es servir al cliente final, consumiendo los mínimos recursos, aprovechando lo preexistente siempre que eso sea posible, y construyendo lo mejor que podamos”. Josep Ferrando (Barcelona, 1972), cuya casa en Bescanó parece dar continuidad a la topografía natural, se sitúa en la misma línea: “Hay que trabajar con lo imprescindible. Yo he edificado centros de asistencia primaria a 800 o 900 euros el metro. Eso es importante. Y también lo es entender que cualquier obra contribuye a hacer ciudad o paisaje”. Francisco Cifuentes (Palma de Mallorca, 1977), autordeuna vivienda en Bunyola muy apreciada, sintetiza las opiniones hasta aquí recogidas como sigue: “A la hora de edificar, lo principal es conocer los materiales y las técnicas constructivas adecuadas. Sólo así se ajusta y controla el presupuesto, estableciendo una economía de medios. Y, a parte de eso, conviene conocer bien el lugar en el que construimos y sus condiciones, así como a la persona para la que edificamos”.
Esta extremada atención al gasto, que para algunos podría sonar a enojosa cortapisa, es aceptada por otros casi como una bendición. “Todo consiste en equilibrar las demandas y las disponibilidades del cliente”, dice Roger Tudó (Terrassa, 1973), miembro de H Arquitectes junto a David Lorente (Granollers, 1972), Josep Ricart (Cerdanyola, 1973) y Xavier Ros (Sabadell, 1972), responsables de un contundente y a la vez ligero gimnasio en Barberà del Vallès. “Cada vez se cuentan más demandas que disponibilidades –agrega Tudó–, lo cual no facilita el acuerdo entre ambas. Ese es nuestro objetivo, lo que nos lleva a reducir expectativas y canalizar recursos hacia lo prioritario. El mundo no puede darnos todo lo que le pedimos. Nos gusta afrontar sus límites, y los de la economía”.
Esta tendencia dominante tiene sus disidentes, en distintos grados. Por ejemplo, MXSI Architects, un cuarteto con base en Barcelona integrado por un esloveno y tres mexicanos. Boris Bezan (Kranj, 1972), Mónica Juvera (Ciudad Obregón, 1974), Mara Partida (México DF, 1974) y Héctor Mendoza (Tampico, 1974) llegaron a la capital catalana tras acabar los estudios, antes de cumplir los 30, en busca de una oportunidad. Y la encontraron: en enero del 2005 ganaron contra todo pronóstico el concurso para construir el Centro García Lorca de Granada, batiendo a estrellas como Lord Foster o David Chipperfield. Eso les animó a consolidar su oficina en Barcelona. “Lo que guía nuestro trabajo –dice Bezan– es satisfacer las necesidades del cliente, pero buscando siempre un plus de calidad espacial. Nuestros proyectos deben dialogar con el contexto en el que se insertan, pero siendo fruto de investigaciones materiales, tecnológicas y, por qué no, plásticas. La estructura y la geometría importan, pero deben complementarse con la expresión espacial”.
Comparte este parecer el equipo integrado por Fabrizio Barozzi (Rovereto, Italia, 1976) y Alberto Veiga (Santiago de Compostela, 1973), que coincidieron en el despacho de Guillermo Vázquez Consuegra en Sevilla, y en 2004 abrieron su propio estudio en Barcelona, “donde había trabajo”, según Veiga. “Lo primero que nos preguntamos ante un proyecto es cómo ser específicos –añade Veiga–. No tanto buscando la tradición o el contexto como respondiendo a una atmósfera, sin ignorar las condiciones económicas o sociales, e intentando que nuestra respuesta sea única”. La arquitectura de Barozzi/Veiga se distingue a primera vista por la intención formal. Cada una de sus obras o proyectos aporta un perfil singular. “Nuestra generación está muy pendiente de los adjetivos; la arquitectura, se dice, debe ser sostenible, verde, económica… A nosotros nos importa más el sustantivo: la arquitectura. Lo fundamental es lograr buena arquitectura”, proclama Veiga.
En un panorama de crisis, hay también otras opciones. Por ejemplo, la emigración, que probablemente ganará más y más adeptos mientras persista la caída de la construcción en España. Este sería el caso de Urtzi Grau (Bilbao, 1976), que estudió en Barcelona y se instaló en Nueva York hace cinco años, donde encabeza un estudio significativamente bautizado como Fake Industries Architectural Agonism. “Dejé Barcelona impulsado por una triple orfandad institucional, intelectual y geográfica, que me permitió escapar a la cadena edípica de la arquitectura catalana”, dice Grau. Y precisa: “Influyó la paulatina descomposición de la Escuela de Barcelona y la emergencia de la Escuela de Madrid, la pérdida prematura de dos figuras clave como Ignasi de Solà-Morales y Enric Miralles, y la progresiva irrelevancia de Barcelona como modelo y laboratorio de ciudad”. Dicho lo cual, e interesado en “incrementar la visibilidad de las estructuras sociales implícitas en el espacio doméstico”, Grau añade que “nuestra obligación es mantener la arquitectura como práctica cultural que combina pensamiento crítico, experimentación, responsabilidad ética y colaboración multidisciplinar, así como el status de intelectuales públicos de quienes la practican”.
LA CRISIS
Aunque ninguno de los equipos consultados niega la incidencia de la crisis en su práctica profesional, muchos añaden que la economía de medios que aplican es más una convicción previa que una imposición coyuntural. “La crisis no nos ha cambiado. Los edificios que hemos acabado recientemente se basaban ya en presupuestos austeros, pese a que se proyectaron en el 2003 o 2004, en épocas de descontrol generalizado”, explican López/Rivera. “La conciencia social, ecológica o energética nos ha acompañado siempre. Ya teníamos los pies en el suelo antes. Nunca buscamos el espectáculo ni los réditos inmediatos. Nuestra conciencia parecerá ahora a algunos oportunista; a nosotros nos ha parecido siempre oportuna”, sostienen los Bach. “La crisis tiene un aspecto positivo –aporta Tudó–; revela la necesidad del confort, la eficiencia energética, la durabilidad de las obras o su sencillez, frente a soluciones más artificiosas, en las que el ego del arquitecto atropella los requerimientos básicos”. También descubre ventajas a la situación Sergi Serrat: “La crisis no me parece negativa. Disponer de recursos limitados fomenta la conciencia, la seriedad y la responsabilidad, y nos aleja de la frivolidad”.
Boris Bezan toma cierta distancia al afirmar que “es un error pensar que la calidad de la arquitectura está forzosamente ligada al presupuesto de ejecución. La crisis nos fuerza a ser más creativos y adaptables a los presupuestos actuales, a ser serios y evitar imprevistos. Pero sería un error limitarnos al pragmatismo. Como también lo es que el sector público y el privado estén optando por soluciones equivoc
adas, sin otro criterio que reducir costes, descendiendo hasta niveles irreales. El abaratamiento que así se logre será de corta duración. Materiales y procesos de baja calidad acabarán generando importantes gastos de mantenimiento para la propiedad, obligada a reparar, modificar o sustituir componentes de la obra más pronto que tarde”.
“La crisis nos afecta a todos –admite Cifuentes–. Los estudios han adelgazado. Ahora optamos por las colaboraciones en función del proyecto: las vacas flacas nos animan a relacionarnos más. Otra consecuencia de la crisis: dedicas un tiempo a las investigaciones propias. Así trabajas para el futuro; sin cobrar, claro, lo cual es difícil de soportar. Para aguantar son importantes dos conceptos: la ética y la voluntad. A más ética, más voluntad. A menos ingresos, menos gastos. Hay que resistir. Los Smithson enviaban a sus hijos a la escuela pública cuando iban mal dadas; Le Corbusier vendía cuadros”.
Junto a estos remedios paliativos, también se proponen intervenciones de reforma estructural. Josep Camps (Tortosa, 1975) y Olga Felip (Girona, 1980), que integran Arquitecturia y han sido multipremiados por su Centro Cívico Ferreries en Tortosa, apuntan en esta dirección: “Debemos reorientarnos a partir de una autocrítica constructiva. Eso significa regularizar las condiciones laborales de los arquitectos fomentando la creación de puestos de trabajo con contrato laboral, ajustar los costes profesionales garantizando un servicio de calidad, y controlar las bajas temerarias en los contratos públicos”.
Para otros, en cambio, la crisis ha sido una solución. “El explosivo incremento del parque de viviendas en los últimos diez años nos invitó a reflexionar y a formular las propuestas de nuestra serie ‘Sueños domésticos de la Transición’ –señala Grau–. En ella ofrecen una guía de supervivencia para arquitectos centrada en la crisis de las hipotecas de EE.UU.. Unos disfrutaron de la gloria del ladrillo y otros gustamos de celebrar sus ruinas”.
LAS SALIDAS
Todos los encuestados, decíamos, coinciden a la hora de reconocer la crisis. Pero, ¿cómo vencerla? Obviamente, la respuesta definitiva a esta pregunta no está en su mano. Sí lo están, por el contrario, propuestas o estrategias para dar sentido a estos años de incertidumbre. “La crisis condiciona la arquitectura, se paran los proyectos, cuesta más ganar concursos. Por ello, cada día resulta más decisivo el presupuesto de construcción y de mantenimiento de los edificios. Esos son factores principales a la hora de valorar propuestas. También aportar nuevas tipologías que se adapten a las situaciones sociales de la actualidad, haciendo ciudad”, apuntan Peris/Toral. “Hay que dedicarse más a rehabilitar –según Tudó–. Si disminuye el ritmo de construcción de nuevos edificios, deberemos replantearnos qué hacemos con el parque de viviendas ya edificado, pensar en su reutilización. Esta va a ser una salida para nuestra generación. Por la crisis y, también, porque la calidad de la construcción de los últimos años dista de ser óptima. Y, en lo tocante a herramientas profesionales, debemos trabajar más con el cálculo y las medidas. Hasta ahora nos hemos basado en una formación en la que importaban la técnica y el sentido común. De ahí venían las ideas. Ahora las ideas que nos ayudan a tomar decisiones pueden venir de otros ámbitos; del presupuesto, por ejemplo. Hay que proyectar en función del dinero, o de su escasez, del control de los gastos energéticos, ya sea en la fase de construcción, en la de mantenimiento o en la de derribo de un edificio. Hay que considerarlo todo al proyectar… Esos son nuevos ámbitos de actividad. Pero no los únicos: debemos abrir nuestro abanico de actividades, buscar un papel más determinante en el tejido social, con más carga ideológica y más participación política”.
“Hay otro ámbito de trabajo, todavía poco desarrollado: el de la prefabricación –afirma Josep Ferrando–. Y, por supuesto, queda mucho por avanzar en el asunto de la sostenibilidad. Algunos colegas creen que basta con presentar esquemas en los que se muestra la circulación del aire mediante unas flechitas que van arriba y abajo o que describen círculos. No se trata tanto de incorporar nuevos sistemas teóricamente sostenibles, pero a veces carentes de la necesaria reflexión, como de recuperar un sentido común que ya distinguía la arquitectura tradicional”.
“Los más jóvenes emigran o tratan de internacionalizar su campo de acción. El resto puede apostar por la investigación y la creatividad, sin olvidar la posibilidad de hibridarse con otras profesioneso de incorporarse a procesos industriales como el prediseño; o recuperar la posición del arquitecto en las decisiones embrionarias de la ciudad, la gestión y las infraestructuras energéticas. Y habrá también que brindar respuesta urgente a la situación derivada de la crisis de la vivienda y el mundo hipotecario”, aportan Camps/Felip.
LA EXPRESIVIDAD
¿Van a acabar la crisis y la consiguiente austeridad con el afán expresivo que ha acompañado de antiguo al arquitecto, y que se ha disparado en los años de arquitectura icónica? Para algunos, lo icónico está en la raíz de la crisis y comporta temibles riesgos. “La actitud arrogante de algunos de estos arquitectos estelares, o de sus obras, ha hecho que la sociedad perdiera confianza en nuestro gremio. Debemos transmitir que el arquitecto puede ayudar y acompañar al cliente en todo el proceso de pensamiento y realización de una obra, en lugar de derrochar recursos”, indican López/Rivera. “Algunas obras llamativas situaron ciudades en el mapa, pero cuando se convirtió la arquitectura en herramienta política, la proliferación de singularidades diluyó su efecto en los tejidos urbanos”, dicen Peris/Toral.
“Los partidarios de la arquitectura icónica han proyectado a menudo desentendiéndose del emplazamiento. Y hasta cierto punto se comprende: su mundo no era local, sino global. Proyectaban para las revistas internacionales, y les importaba poco que su obra sintonizara másomenos con el entorno inmediato”, analiza Ferrando.
“Ya es paradójico –denuncia Grau– que el momento de mayor reconocimiento público de la arquitectura haya coincidido con una inusitada seguridad en su irrelevancia: cuando alcaldes, consejos de dirección y accionistas han reconocido el valor de la arquitectura, sus protagonistas, ya fueran los edificios o sus autores, se han refugiado en el estatus de celebridad, renunciando a la especificidad del conocimiento disciplinar a cambio de sus quince minutos de fama”.
Más posibilista, Serrat manifiesta que “la expresividad no se reduce al capricho formal o al exceso de materiales. Te puedes expresar a bajo coste, recurriendo a las texturas o a la composición, sin incomodar a nadie. Yo busco la expresividad, pero de un modo distinto a cómo se ha b
uscado estos años. En Can Travi, por ejemplo, la busqué a través de una composición en la que se alternaba el vacío con el macizo”. Veiga, por su parte, defiende sin ambages la expresividad. “Sé que mi posición es minoritaria entre la gente de nuestra generación. Quizás tenga que ver con la clientela. Tuvimos la suerte de ganar encargos grandes, que ya casi han desaparecido del mercado. En tales casos, en los que es bienvenido un plus de representatividad, nosotros no nos conformamos con ser correctos. La arquitectura es lo primero. No comprendemos a la gente de nuestra edad que intenta escamotear la palabra arquitectura, como si fuera sinónimo de maldad”.
“La arquitectura expresiva no es únicamente un capricho de autor. Hemos ganado concursos públicos en los que el proyecto pedía ese plus de representatividad. Aún así, nunca nos expresamos mediante un gesto sin más: intentamos concentrar en ese gesto esencial, o en unos pocos, todo lo que deseamos decir. Esta arquitectura tiene riesgos –prosigue Veiga–. Si te pasas, te puedes estrellar. Pero sin riesgo no hay éxito social. Un auditorio, por ejemplo, precisa de un volumen contundente para calificarse y calificar su entorno. Debe ser un punto de referencia. Puede que la vanidad pese más que la función. Ahí está el riesgo. Pero si no te arriesgas puedes caer en lo anodino. Es trabajo del arquitecto ir más allá de la función, interpretando las claves de un lugar y una atmósfera para aportar referencias”.
“Está por ver que la época de la arquitectura icónica haya terminado por completo. Quizás pueda rescatarse en algún edificio. No hay que despreciar las posibilidades de innovación tectónica-material, programática, tecnológica o formal. Todo avance merece nuestra consideración”, tercia Bezan.
Otra cosa es el balance que hacen los encuestados de la arquitectura icónica, según la hemos conocido en los últimos años. “El balance es negativo. Es cierto que se ha investigado y progresado en lo tocante a soluciones estructurales y nuevos materiales, y eso puede ser positivo. Pero en conjunto la arquitectura icónica ha reducido su contenido a una o dos ideas potentes, en pro de lo consumible fácil y rápidamente. No admite sutilezas. Funciona como un anuncio de detergente: Colón lava más blanco”, sentencia Bach. “Las formas extravagantes y los presupuestos exagerados no tienen sentido en tiempo de crisis. Ahora las necesidades están más relacionadas con las personas”, dice Cifuentes. “La mayoría de las veces ha sido cara y descontextualizada: una pena, porque en ocasiones podría generar un hito cultural que definiera un lugar y una época, puesto que la arquitectura, como cultura que es, está llamada a reforzar la identidad de su territorio”, afirman Camps/Felip. “Han sido años de prioridad fotogénica obsesiva. El objetivo no parecía el servicio al ciudadano, sino conseguir una buena foto de un objeto muy vistoso”, manifiesta Tudó. “Cualquier edificio debe contribuir a hacer ciudad. Si es únicamente un grito en el desierto, no sirve”, concluye Serrat.
En resumen, las palabras de los doce equipos de arquitectos menores de 40 años hasta aquí recogidas –y las dos obras (una ya realizada y otra en proyecto) de cada uno de ellos que las ilustran– dibujan un horizonte esperanzador tras la presente crisis, que tiene a la profesión en estado de shock. Habrá que ajustar los presupuestos, pensar más en el cliente que en la forma, rehabilitar, investigar por cuenta propia y reinventarse, sin renunciar por ello a la expresión. Pero habrá, también, vida arquitectónica más allá de la crisis.