Principios y procesos de una situación plural.
Sobre dispositivos que sin tinta son para leer y de un modo inesperado capaces de recordarte en una carambola enciclopédica las esencias de un oficio que, dicen, inventó Brunelleschi no exactamente con una cúpula sino con un huevo…
Desde hace unas semanas venimos usando uno de esos aparatos que, sin ser tablet ni iPad, permiten la lectura de libros y textos sobre pantallas pasivas no luminosas. Son dispositivos ligeros, del peso de un teléfono móvil liviano, del tamaño justo del bolsillo interior de la chaqueta, y por lo tanto con un potencial real de portabilidad cotidiana.
Su uso nos ha permitido reencontrarnos con los beneficios -como en tantas cosas y muy en particular en la arquitectura- de las restricciones conscientes, ya que este aparato, siendo un dispositivo de red, única y voluntariamente resuelve con soltura la consulta remota del diccionario y de la wikipedia además de la publicación de comentarios y fragmentos de los textos leidos en las redes sociales. De todo lo demás prescinde.
La cuestión está en que poder disponer de algo así permite abordar un modo de lectura «disperso» -en cualquier momento o lugar- y simultáneamente «concentrado» -atento a una exclusiva cuestión-, ya que sólo permite leer, y lo permite bien, al contrario de otros dispositivos que siendo mucho mas versátiles y dotados de mayores recursos requieren condiciones específicas para su uso -sólo en interiores- e invitan al uso simultáneo de varias y variadas aplicaciones, terminando por distraerte de la lectura.
Y, así, usarlo ha dado tres regalos imprevistos. El primero está siendo la lectura sucesiva de las novelas de Paul Auster, alternando entre versiones en castellano o en el original en inglés, con el atrevimiento que concede saber que la presión sobre cualquier palabra devolverá su definición de diccionario y la selección de cualquier párrafo su automática -a veces salada y siempre orientativa- traducción.
El segundo ha sido poder sustituir en nuestro utillaje personal la anécdota del «huevo de Colón» por la equivalente, anterior y vasariana del «huevo de Brunelleschi», un relevo en el que la secuencia de hechos ha venido a ser: estar leyendo la «Trilogía de Nueva York» y en el momento en el que se menciona la epopeya de Alicia en «A través del espejo«, dejar a la curiosidad -y a la estupenda gratuidad de los clásicos- descargar al instante el libro de Lewis Carroll para poder leer completa la conversación de Alicia con Humpty Dumpty, para después -animado por las metáforas del huevo carrolliano, la citas de Auster y la facilidad del procedimiento de pulsar sobre las palabras «huevo de Colón» para ver como salta la entrada correspondiente de la wikipedia- saber que lo que «aparenta tener mucha dificultad pero resulta ser fácil al conocer su artificio» y Girolamo Benzoni adjudica a Cristobal Colón en su «Historia del Nuevo Mundo» de 1565 -es decir, la habilidad para mantener un huevo en equilibrio sobre una superficie plana-, Giorgio Vasari lo argumentaba quince años antes, en 1550 y en su «Vidas de pintores, escultores y arquitectos» , como treta de Filippo Brunelleschi para proteger aquello que le haría necesario: una idea propia, un artificio de arquitecto, para resolver la cúpula de Santa María di Fiore. Y, claro, con esa facilidad de acceso a las fuentes originales, descargar -de nuevo gratis por estar también liberado de derechos- el volumen de Vasari y comprobar que el dato es fidedigno: «…les habría gustado que Filippo se explicase en detalle y les hubiese mostrado su maqueta, como habían hecho ellos, pero rechazó hacerlo, proponiendo a cambio a esos Maestros, tanto extranjeros como nativos, que quien fuese capaz de mantener un huevo en pie sobre un mármol plano debería construir la cúpula… así que todos aquellos Maestros, usando un huevo, intentaron mantenerlo derecho, pero nadie supo cómo. Luego, cuando le pidieron a Filippo que lo resolviese, tomó el huevo con delicadeza y dándole un ligero golpe a uno de sus extremos en el mármol plano lo pudo mantener de pie. Los artesanos protestaron diciendo que ellos también podían haber hecho lo mismo, pero Filippo les contestó, riendo, que ellos también podrían haber levantado la cúpula, si hubiesen podido ver la maqueta o los planos. Y así se determinó que él sería el encargado del trabajo, y se le indicó que de ese modo ya debía facilitar toda la información a los Cónsules y a los encargados de obras«.
¿El tercer regalo? Recordar de este modo que lo que mas clara y rotundamente te hace arquitecto es la necesidad, sin alternativa, de otros para que lo seas, o sepas ser, y que todo ello esté fundamentado en los «secretos» del conocimiento técnico y de tu sentido de la elegancia para con los demás. Como un masaje: completamente (re)habilitado.
Caray con el Kindle, no se puede sino recomendarlo.
(Por cierto, aunque no por libros sino por revistas de colores que es otro planeta… archpapers anda tirando la casa por la ventana y acaba de lanzar una promoción con descuentos para las subscripciones y compra de revistas electrónicas)