Por Fredy Massad y Alicia Guerrero.
David Chipperfield Architects se presenta definiendo su trabajo sólidamente fundado en la excelencia del diseño, la capacidad de control sobre presupuesto, programa y desarrollo del proyecto y la obtención de la mejor calidad arquitectónica. Proporcionar los mejores resultados mediante una síntesis de concepto, belleza e integración. La calidad de los diseños es producto de un trabajo continuado y del diálogo intensivo con clientes, consultores, contratistas y usuarios finales. En este compromiso, el papel de David Chipperfield es el de trabajar en el diseño y supervisión de cada uno de los proyectos desarrollados por los equipos del estudio, participando de manera directa y activa en las fases de elaboración de concepto, planificación y construcción. La única reflexión teórica sobre arquitectura como elemento de la filosofía de David Chipperfield Architects es que «el diseño influye en la calidad de nuestras vidas» y la responsabilidad del arquitecto es desarrollarlo correctamente. En conversación directa con Chipperfield se comprende que esta actitud pragmática y funcional de la actividad arquitectónica responde a una comprensión de la arquitectura concentrada estrictamente en la conceptualización y resolución para la construcción.
Bordear lo conservador. Le define su frontal desdén hacia la actitud de «estar de moda»: «Mi trayectoria ha sido construida con una prudencia que siempre ha estado bordeando lo conservador», afirma, añadiendo que para mantener una carrera de más de dos décadas es necesario «muchísima paciencia, mucha experiencia y trabajar con un pensamiento que no esté de moda». Formado entre el Politécnico de Kingston y la Architectural Association, e influido por un debate basculando entre el arraigo al lenguaje moderno y el advenimiento de la posmodernidad a finales de los setenta, así como enfrentado a la complicada situación para la arquitectura que se produjo en Gran Bretaña a comienzos de los ochenta, la personalidad arquitectónica de Chipperfield surge de su determinación para definir una concepción propia, sustentada en una actualización de los principios del lenguaje moderno y en el rigor de la propia disciplina.
Su desinterés por el riesgo debe entenderse como determinación por imbuir a la arquitectura de un «estatus de normalidad», de no dotar a la idea de mayor trascendencia que la propia obra construida: «Me defino como conservador, lo cual no quiere decir que no me interesen profundamente propuestas como las de, por ejemplo, Zaha Hadid, en las que aprecio la solidez de su investigación y su talento profesional. No obstante, yo no me siento capacitado para arriesgar de una forma similar», explica, aclarando indirectamente a medida que expone sus ideas que su uso del adjetivo tiene ante todo que ver con la comprensión histórica de la naturaleza de la arquitectura: «Distingo dos tendencias o formas de hacer dentro de la arquitectura actual. Una, en la que me incluyo, que es la que denomino conservadora, y otra, que tiene más que ver con la intención de generar una arquitectura consumible, vendible para los medios, que crea una especie de marca. Esto podría explicarse estableciendo una especie de analogía con la comida: llevamos siglos y siglos comiendo los mismos alimentos, variando sobre las diferentes recetas. De repente, un día, alguien nos ofrece un nuevo plato, algo totalmente distinto, preparado con ingredientes a los que no estamos en absoluto acostumbrados. Seguramente vamos a interesarnos por ese plato, pero es muy improbable que incorporemos inmediatamente ese plato extraño a nuestra dieta cotidiana. Ésa es, de alguna manera, una metáfora acerca de mi perspectiva sobre ciertas nuevas propuestas emergentes radicales. Sí, ciertamente, me interesa conocerlas, examinarlas, pero me resulta difícil entusiasmarme incondicionalmente con ellas porque no sé realmente cómo incorporarlas a los lugares, cómo ocuparlas».
Esa inclinación hacia la objetividad, en la práctica, le lleva a apreciar y destacar enfáticamente la superioridad que, a su juicio, la arquitectura española actual posee frente a actitudes más empeñadas en lo conceptual, como las que caracterizan a otros ámbitos europeos, como el británico o el holandés. «España es uno de los países donde los arquitectos adquieren una formación más consistente a nivel técnico, y esto, sin duda, revierte en su capacidad crítica. La calidad de la arquitectura pública que está construyéndose en España es realmente destacable», señala este arquitecto, cuyo proyecto para la reforma del Paseo del Óvalo y la Escalinata de Teruel ?realizado en 2003? forma parte de la exposición On-Site: New Architecture in Spain en el MoMA de Nueva York.
España, un buen escaparate. Junto a éste proyecto, y entre la lista de obras de David Chipperfield Architects cuya construcción está prevista que finalice entre 2006 y 2007, se cuentan la creación de un parque en un barrio de Barakaldo, el Campus Audiovisual y la Ciudad de la Justicia en Barcelona y la primera fase del Pabellón de Visitantes para la Copa América en Valencia. En septiembre del pasado año, el proyecto de David Chipperfield Architects ganó el concurso convocado para la construcción del Teatro de Estepona (Málaga). A éstos se suman un interesante bloque de viviendas sociales en Villaverde (Madrid), una de las plantas del Hotel Puerta América ?ambos concluidos durante el pasado año? y una vivienda particular en Corrubedo (A Coruña), una de las obras más atractivas y personales de este arquitecto.
Chipperfield es tal vez uno de los arquitectos que mejor representa el espíritu y el sentido del tiempo presente. Donde otros sólo producen percepciones teóricas, él habla de este momento a través de sus edificios. Por este motivo se le hace tan difícil a la crítica categorizar su producción. De la misma forma que el crítico Aaron Betsky ha creado el rótulo «minimalismo denso» para ajustar la obra de Chipperfield, podría decirse que su producción podría encajar dentro de la posible categoría de tardo-moderno estético. Adoleciendo de voluntad sensacionalista, Chipperfield está construyendo una obra que ha devenido un objeto de deseo. Por ese empeño en la calidad extrema, la presentación al público de David Chipperfield Architects está más cercana culturalmente al concepto de marca que encarnan Louis Vuitton o Gucci que a los procedimientos arquitectónicos. Esta última impresión debe leerse ante todo en positivo: ya que esta obra, posiblemente sin proponérselo, se ha transformado en uno de los más preciados objetos arquitectónicos para instituciones y políticos.
Actitud. Pero si realmente se busca comprender por qué su arquitectura ad
quiere tanta fuerza en un entorno en el cual podría haber quedado en un segundo plano por su ausencia de discurso teórico se descubre que esto es consecuencia de su manejo de un lenguaje que trasciende el hecho arquitectónico según la forma en que hasta ahora ha sido concebido. Mediante su actitud, Chipperfield ha logrado persuadir tanto a sus colegas como a comitentes públicos de las bondades de su arquitectura, que deja de ser sólo para entendidos y que, avalándose en su correcto refinamiento, se ha transformado en una pieza preciada para consumo global.
Fredy Massad & Alicia Guerrero Yeste
[publicado en prensa española: suplemento ABC de las Artes y las Letras]