17 de noviembre de 2008

«El País» publica hoy un artículo de opinión titulado «La Solana del Mar y La Ricarda», por Oriol Bohigas

Han llegado hasta aquí persistentes rumores de una protesta colectiva contra la degradación y la destrucción parcial de uno de los edificios más significativos de la arquitectura moderna en Uruguay y seguramente en toda la América Latina: La Solana del Mar, en Punta Ballena, obra del catalán Antoni Bonet (1913-1989).

Josep Lluís Sert y Antoni Bonet fueron, en dos etapas muy próximas y consecutivas, los mejores representantes en España del Movimiento Moderno, los arquitectos con mayor cultura internacional y con una sensibilidad extraordinaria que les permitió elaborar la evolución de los iniciales dogmas racionalistas hacia la reintegración crítica de las realidades locales, las tradiciones constructivas y el complejo identitario del genius loci, en lucha contra el amaneramiento del International Style. Los dos sufrieron el exilio después de la Guerra Civil y desarrollaron su obra en América hasta que retornaron a Cataluña, donde pudieron volver a trabajar, con intervalos sucesivos pero con obras significativas y sin duda muy valiosas.

Una de las obras que catapultaron a Bonet al prestigio internacional fue, precisamente, la urbanización de Punta Ballena, construida en los años cuarenta en un paraje todavía inmaculado de una belleza sorprendente. En los últimos años esa belleza natural ha sido gravemente mutilada por la especulación turística adocenada y abusiva. A pesar de ello, el conjunto de la urbanización, las viviendas privadas proyectadas por Bonet y el centro social de la colonia -la Solana del Mar- han mantenido su presencia activa, si no en el nivel de uso que prometían, por lo menos como testimonio de una aventura cultural en el paisaje y en la forma de vida. Parece, no obstante, que la degradación y la ausencia de una protección oficial están afectando al conjunto, sobre todo al edificio central, de carácter más comunitario y, en cierta manera, más representativo.

Desgraciadamente, la obra de los arquitectos hay que juzgarla teniendo en cuenta el complicado itinerario de fracasos y encargos interrumpidos. Los dos proyectos urbanísticos más ambiciosos de Bonet fueron el Plan de Buenos Aires de la época de Perón y el Plan de la Ribera en Barcelona de la época de Porcioles. Ninguno de los dos llegó a realizarse a pesar de los buenos apoyos políticos y económicos, y del interés programático de las propuestas. En ambos estableció una nueva fidelidad a los principios del urbanismo racionalista o funcional, condicionados, no obstante, a un inicial realismo estructural y estético, por lo cual pueden todavía citarse como testigos de un momento crucial en la evolución de los nuevos asentamientos urbanos y en la rehabilitación de los antiguos, adictos a la esencia del lecorbusierismo, pero tendentes al reconocimiento de una urbanidad más consensuada.

Esa misma actitud -con las variantes impuestas por el tema- se descubre también en las diversas viviendas unifamiliares que Bonet construyó en Cataluña. Entre ellas, las más representativas son la Casa Gomis, en La Ricarda, junto al aeropuerto de El Prat, y la Casa Cruïlles, en una playa de Aiguablava, dos obras maestras indiscutibles, adaptadas a las exigencias del paisaje, definidas con racionalidad geométrica, construidas con sistemas de bóvedas según tradiciones locales, enmarcadas en un lenguaje a la vez radicalmente innovador y pudorosamente tradicional. A la torre de la plaza de Urquinaona -una de las mejores obras de la época incierta de los «edificios singulares»- podrían aplicarse los mismos adjetivos.

La maravillosa casa de La Ricarda, ante los cambios del aeropuerto y la proximidad de las nuevas pistas, las normativas de la costa y la depauperación ambiental, ha dejado de funcionar como una vivienda unifamiliar estable, pero se mantiene con dificultades como un modelo paradigmático. El profesor Jordi Garcés inicia cada año su curso en la Escuela de Arquitectura acompañando a todos sus alumnos a visitar esa casa y a analizar los parámetros estilísticos y metodológicos que pueden ser todavía el sustento de un programa pedagógico. Es un monumento, por tanto, que hay que conservar y potenciar con inteligencia y con sentido de la historia. Y en este caso la conservación pasa ineludiblemente por destinarle un uso más colectivo -más histórico- que supere los residuos de una vivienda familiar, hoy día ya prácticamente imposible. Sé que ha habido gestiones con la Generalitat, el Ayuntamiento de El Prat, la Universidad Politécnica y el Colegio de Arquitectos para definir y promover institucionalmente esos nuevos usos, sin resultados positivos. Parece que la propiedad está dispuesta a colaborar y, de momento, mantiene la estabilidad y el valor paisajístico de esa joya de la arquitectura. Pero no es suficiente: el único camino eficaz para mantener un monumento que ha perdido su uso es aplicarle otra función adecuada y compatible.

Evidentemente, tenemos que sumarnos a la llamada colectiva en defensa de La Solana del Mar y de todo el conjunto de Punta Ballena, pero en paralelo tendríamos que preocuparnos fundamentalmente de La Ricarda y, en segundo término, de otras obras de Bonet construidas en Cataluña que pueden estar en peligro de decadencia e incluso de ruina. Casi siempre la solución será encontrar nuevos usos a las edificaciones que se han convertido parcialmente en obsoletas, porque, sin un contenido adecuado, la arquitectura se momifica y acaba en una extemporánea y difícil pieza de museo insostenible o en una ruina ni siquiera aureolada por un contexto romántico.

Ref.

El País [www.elpais.com]

Fuente: Centro de Enlace AE, BCN

 Palabras clave