Principios y procesos de una situación plural.
Sobre la frivolidad como síntoma o inducción de una muerte urgente y necesaria… de la propia frivolidad y de los juegos prohibidos de una manera de ser y representar ser «arquitecto» y, también, de arquitecturas que es mejor recordar que no reblandecer con colágenos que terminan por revelarse tóxicos.
Se define la frivolidad como falta de seriedad, superficialidad. En inglés tiene un sinónimo «levity» si cabe sugerente, por cuanto alude a la falta de contacto con el suelo de quienes se conducen… frívolamente. Viene al caso recordarlo por cuanto este tipo de actitud no es inocua sino que llega a ser desencadenante de muertes, torturas y miserias innecesarias.
Y viene mas al caso siendo que en estos días se amontonan las referencias de arquitecturas que se conservan, que se derriban o que se transforman con o sin justificación y no dejamos de sentir el modo en que la frivolidad se instala ocasionalmente en la lógica de quienes promueven o rechazan algunas de esas transformaciones. Porque, efectivamente, no existe una ley general que anticipe de manera cauterizada cuáles son los casos exactos de las arquitecturas preservables, a demoler o a transformar. Es asunto bien complejo que requiere higiene.
Lo es por cuanto la arquitectura lleva cosida a su materia -cualquiera que sea su calidad- las aspiraciones y la vida misma de quienes la habitan. Materia, vida e ilusiones que mezcladas con la ruina económica y removidos por el automatismo de la especulación financiera, el control social o la pura y simple venganza personal dejan a la vista un drama en el que la muerte rápida no es el peor de los males. No lo es porque la vida necesita del espacio que deja la muerte de otras vidas, siendo cuestión que afecta tanto a las personas como a las profesiones o a la herencia construida. Siete Troyas sobrepuso Troya.
Hace años, aunque no tantos, participábamos en una acción de la campaña promovida por el COACatalunya, participada por el Docomomo y la Fundación Mies van der Rohe, que en colaboración con el MACBA y la revista WAM, web architecture magazine, pusieron en marcha un «chat» internacional con el ánimo de concienciar y recaudar voluntades para la no demolición de la Torre y talleres de la Seat en la Plaza Cerdá de Barcelona, de César Ortiz-Echagüe y Rafael Echaide. Resultó infructuoso, como una mas de las muchas acciones para el mismo fin, y hoy pensamos que hubiese sido mejor promover honestamente su demolición, como alternativa noble al esforzado remozo que terminó por hacerse, que sin remedio desfigura y aturde la memoria.
Quizás sea mejor la suerte de los Robin Hood Gardens, de los Smithson, que con su inminente demolición, y con la sucesiva reconfiguración del vencidario, puedan permitir salvar el recuerdo de una arquitectura apreciable y la simultánea necesidad de unas gentes de alejarse del recuerdo no tanto de la arquitectura sino de sus propias vidas y de lo que esa arquitectura ha terminado por representar para ellos. Pero no sabemos qué vendrá a ocupar su lugar y no deja de inquietarnos la amenaza de arquitecturas substitutas sostenidas por la pura frivolidad como ocurre con la anónima propuesta y pintoresca substituta de la sede de Gobierno del condado de Orange, de Paul Rudolph o como ocurre con los vacíos injustificados que dejaron en complejo parroquial de Almazán, de Bellosillo o el silencio que atrapó la casa puente de Amancio Williams, el Hotel Solana de Mar de Antoni Bonet o la Casa di Tella, de Clorindo Testa.
Y transitando en este, sincopado en su geografía, viaje que nos ofrece la sospecha de frivolidad terminamos por tropezar con una imagen, la que voluntaria o ingenuamente nos ha ofrecido el suplemento semanal del diario El País sobre Joaquín Torres, un arquitecto que ha hecho fortuna, perfil público y exposición en el IVAM, a partir de sus casas y reportajes televisivos para gente famosa o adinerada. La arquitectura a preservar o demoler no es material, en el caso del reportaje de fin de semana, sino la de la figura y arquetipo -real o no, tanto da- que muestran entre entrevistador y entrevisado como «arquitecto». Queremos pensar que el propio Torres, que se manifiesta traicionado por la entrevista, estará de acuerdo en su fuero interno en que esa figura no es de recibo, que emborrona la memoria de lo que hasta ahora, arquitectos y no arquitectos, hemos entendido como atributos de una profesión, de un oficio, que por estar ligada a la cultura, a la vida y a la seguridad física de los demás requiere la vacuna permanente del respeto y la seriedad incluso en el más jovial, divertido o efímero de los casos construidos.
Queremos entender, entonces, porque nos cuesta aceptar que la frivolidad se haya instalado entre nuestras cosas, que un artículo así y las fotos que incluye sólo se justifican como una autoinmolación a lo bonzo, como un mensaje generoso para con el futuro: «así no se juega, no juguéis», que antaño ofreció Enric Miralles como epitafio de todo lo automático. Es oportuno que queden bien representados y a la vista tanto lo frívolo como el juego prohibido de automatismos ingenuos que no se ha de jugar.
Muerto, quemado, entonces el arquitecto (frívolo), este tipo de «arquitecto» que en su último estiramiento de piel y queloplastia a base de colágeno bovino lo es de la gloria, el glamour y las vanidades efímeras queda la incógnita e ilusión por lo que haya de sustituirle, junto al temor por los oportunistas de rio revuelto.
A la leyenda de la ya muerta «arquitectura moderna», en Pruitt-Igoe, desde hace medio siglo, se añade esta nueva épica sobre la muerte de los arquetipos de sus autores arquitectos. Minoru Yamasaki, nada es casual, lo fué en Pruitt-Igoe. Muerte de todos los arquetipos, no únicamente del aquí referido e instalado en la frivolidad personal, profesional y formal. Y así, nuestra paradoja contemporánea es que aquí y allá las gentes manifiestan que la arquitectura ya no habla de sus cosas y los arquitectos nos manifestamos molestos por perfiles públicos que, pensamos, no nos representan.
Xumeu Mestre lo dice, bien, alto y claro, en el artículo «Cuando vuelva la arquitectura«, en la revista Diagonal: «Como ocurrió con el imperio de los Austrias, a estos tiempos sucederán otros mejores, y cuando vuelva la arquitectura no se parecerá en nada a lo que vemos hoy».
Está también, Xumeu, hablando del «arquitecto», de todos los «arquitectos», suspirando por su vuelta.