«Bolonia» preocupa porque no se entiende. Da miedo, como la oscuridad. «Bolonia» son muchos, densos, diferentes y contradictorios asuntos. ¿Cuántos? Para un arquitecto español al menos tres: de identidad continental, de atribuciones académicas y de competencias profesionales.
De entrada «Bolonia» intenta apoyar la definitiva invención del escenario moderno europeo en base a una regulación de base. La base que nos ha de igualar: un sistema homologado de educación. Algo que afecta a todos, no solo a los arquitectos. ¿Cómo? Pues, simplificando, ofreciendo a la enseñanza universitaria lo que el euro a la economía: un espacio común de compatibilidad. La convergencia es de geometría conflictiva: todo el mundo tiene que ceder y eso… cuesta. Mucho en algunos casos. Puede que uno de los precios que paguen los españoles, en esa convergencia, sea el sacrificio, una fragmentación deconstructiva, del modelo profesional de sus arquitectos superiores a base de la devaluación -por comparación- de sus atribuciones académicas. Tan aclamados y sin embargo…
La latencia de ese, ¿innecesario?, sacrificio urge más que nunca una manifestación independiente de los arquitectos que personifican el modelo aún vigente. Interesa su consciencia y palabra. También urge el verbo desinhibido de los que empiezan y presencian atónitos como el escenario, los instrumentos, su adiestramiento y sus propias competencias… se desvanecen y ni humo queda del incendio.
Por otra parte el conflicto que desata la construcción artificial de identidades desvela el interrogante sobre si el modelo europeo ha de ser de homologación y convergencia o si sería más «nuestro», más europeo, en la medida en que apostase por lo específico y diferencial.
Porque, curiosamente, son carreras como la de arquitectura superior las que aportan a «Bolonia» el patrón estructural a seguir: el modelo «empírico» basado en los talleres y en la transmisión directa de experiencias. Un modelo que -contra natura universitaria- en las escuelas de arquitectura españolas se ha basado en el rol de los profesores «asociados», de dedicación parcial, personas vinculadas simultáneamente a lo docente y a lo profesional, a la investigación y al oficio. Un modelo, el empírico, que en la nueva y justificada fiebre por la hiperconexión con la realidad se impone en adelante también para las formaciones de corte «académico» puro como el derecho o las filologías. Un giro de 180 grados… para los demás, ¡pero no para los arquitectos! ¿Es ese uno de los motivos del satisfecho silencio de las escuelas de arquitectura: el éxito y superimplantación de «su» modelo universitario? ¿Es ese el motivo de la lógica algarabía colegial: la sospecha del sacrificio colectivo, en pleno frenesí del reconocimiento internacional del modelo español?
El tercer modelo formativo se denomina de «modelos de comportamiento». Quizás, de confirmarse la devaluación académica y profesional, haya de ser ese el modelo coherente que recuperen el tejido universitario y la administración europea. De ese modo podrá dejarse de lado lo que haya de conocer un arquitecto, no será tan necesario el adiestramiento ni la experiencia para afrontar el tipo de responsabilidades que le competen porque, simplemente, lo que se esperará de los nuevos profesionales será que mantengan vivo el reflejo de la apariencia, el porte y los gestos de los arquitectos. Seguirá, necesariamente…
[scalae, 08/04/2009]
Artículo incluido como editorial en la circular semanal «boletín SCALAE» en su edición 001
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