Síntomas y diagnósticos de un cambio (XV)
8 de julio de 2009

por Félix Arranz

Notorio en los tres días del Congreso (¿simposio?) de Valencia(*) fue el constante cruce de miradas entre una cantidad notable de personas -arquitectos- pertenecientes a las diversas juntas de gobiernos colegiales de demarcaciones, delegaciones y colegios españoles, en su mayoría desconocidas entre ellas y por lo tanto en grupos «reconocibles por aislados». En su soledad intentaban las abnegadas, sacrificadas, juntas encontrar en otras miradas huérfanas signos de algún tipo de entusiasmo o, cuando menos, de algo de serenidad, frente al desasosiego, desánimo y desconcierto que cualquier indagación sobre las situaciones locales colegiales podía transmitir. Mezclados estaban, entrando y saliendo al ritmo de sus propias intervenciones y del relativo interés por las ajenas, los ponentes de comunicaciones e invitados y, por fin, grupos de arquitectos «próximos», los que empiezan, notoriamente ávidos de una brisa que terminó por concentrarles en el espacio de reflexión de «contextos y alternativas». Entremedio, cámaras de vídeo intentando capturar opiniones para diferentes canales e industriales entusiastas ofreciendo su tecnología y marcas a unos profesionales que a ambos les costaba encontrar porque ¡no estaban! Y es que, de manera estruendosamente silenciosa, destellaban tres grandes ausencias: las gentes vinculadas a las escuelas, a lo académico; los estudios y arquitectos que han sido de referencia en los últimos treinta años, incluido entre ellos el extenso funcionariado público; y, especialmente, las valoraciones y miradas externas a granel de los no arquitectos, el resto de la sociedad.

Hablamos del perfil de asistentes y ausentes, de atmósfera, de elecciones, entonces, que es de lo que no se hablaba pero flotaba. Sigamos.  

Las sombras: alguien ajeno (es decir, desconectado del mundillo de arquitectos, escuelas y colegios de arquitectos, que tan tradicionalmente mezclan voluntariado y promoción en las actitudes y labores de sus representantes), lo que pudo percibir como común al tipo de vibraciones recibidas en los pasillos del Palacio de Congresos de Valencia quizás sea lo que es propio de un velatorio: la ausencia del «muerto». Demasiada melancolía. Irreal. Falsa sombra entonces. Para los más habituados, viejos entonces, al circuito de colegios y etc., la sombra más real pudiera ser la evidencia de un total desacuerdo en el conducirse de situaciones -espacios de reflexión, no debates, ponencias- simultáneas que, en el fondo y en la forma, apuntaban a una cuestión de aspecto administrativo-político: ¿quién se va a hacer cargo a partir de las próximas «elecciones» del Consejo Superior? ¿Cómo? Y, ¿para qué?

Las luces: como alternativa a un reaccionario e indeseado «reset», se evidenciaba en los debates reales (de pasillo y nocturnidad) el creciente rumor sobre un inminente cambio de «sistema operativo» en el que el hilo conductor ya no será la autoría, sino la responsabilidad; ya no será lo ejemplar, sino lo adecuado; ya no será lo uno, sino lo diverso; ya no será lo central, sino lo múltiple; ya no será lo oficial, sino lo acordado; ya no será la colegiación obligatoria, sino la necesidad personal del registro; ya no será el visado recaudador y discriminado, sino el interés documental y colectivo.

¿Más luces? En las actitudes tendríamos las pistas y amagos que ofrecieron la lucidez de Federico Soriano y Paco Jarauta; la espontaneidad realista de Mamen Domingo; la contagiosa vitalidad crítica de César Ruiz-Larrea; las pedradas de Santi Cirugeda, Ethel Baraona y José Miguel Iribas; el optimismo de José Pérez de Lama; el «lechero»‘ de Galiano; el necesario «estar de vuelta crítico» de viejos, o no tan viejos, decanos como el riojano Domingo García Pozuelo o el canario Virgilio Gutiérrez -se recomienda el rescate de sus intervenciones entre los vídeos de la web oficial de congreso-. En las formas nos quedaríamos con una imagen: la foto de los tres decanos (Castilla-León, Cataluña, Murcia; de Andrés, Ludevid, Camino) conductores de los respectivos espacios de reflexión, en el momento de la lectura de unas conclusiones que no necesitaban converger, porque ciertamente lo que mostraban eran tres ópticas aparentemente irreconciliables, divergentes.

Quizás ha sido ese el mensaje que, sin querer, ha transmitido a la postre el congreso (¿simposio? Perdón, nos repetimos): el de la identificación e independencia de tres aspectos que no haya que mezclar, porque como el aceite, el agua y el vinagre, su naturaleza permite la convivencia pero no la mezcla. Tres maneras de entender la arquitectura, los arquitectos y su manera colectiva de organizarse personificados en tres decanos, en tres realidades, en tres candidaturas (entiéndase en lo abstracto, no necesariamente en lo nominal de las personas). El problema es que hoy por hoy no parece posible prescindir de ninguna de las tres ópticas, la virtud es que nos queda a todos todavía mucho que releer de las repúblicas romanas. Dichoso tres. 

Pues que sean tres, oye.

(*) lo valoran blogs como enparalelo, arquitecturaenimagen o edgargonzalez, y lo remachan alternativamente la sorprendente y nueva carta de Paloma Sobrini, COAMadrid, emitida simultánea a la clausura del Congreso, sobre «el futuro de la profesión»,  y las «basuramas» entrevistas incluidas en el Canal Youtube del «EstadoDe
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