El arquitecto y profesor de la ETSAVallès UPC Manuel Sánchez-Villanueva urge un cambio de paradigma para que las instituciones pertinentes establezcan las bases de un sistema que reconozca el valor que aportan las ideas en el proceso de diseño urbano y arquitectónico

19 de abril de 2024

Proyecto no realizado de reforma de una Escuela Infantil en Barcelona. Dibujo del autor. Portada del catálogo de la exposición «Arquitecturas sin lugar 1968/2008»

 
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[LÍNIA, el diari metropolità]
versión en español (castellano) del texto publicado originalmente en catalán en línia, el diari metropolità [ver +]

Arquitecturas sin lugar

La sensación de desánimo que ha producido en el despacho* la reciente pérdida de un importante proyecto de arquitectura, después de todo el esfuerzo, el tiempo y la ilusión depositados, me ha traído a la memoria una antológica exposición del año 2009 en el Centre d’Arts Santa Mònica de Barcelona, titulada “Arquitecturas sin lugar”.
La muestra reunía en un mismo espacio, 200 maquetas y proyectos de autores distintos que nunca fueron construidos o bien que ya no existían. Segundos premios de concursos, encargos no realizados, obras desaparecidas. El título, sin duda, evocaba ese sentimiento de nostalgia que produce saber que, aquello que alguien imaginó y planificó, nunca verá la luz.

Juan Luis Arsuaga, paleoantropólogo y director de las excavaciones de los yacimientos de Atapuerca, habla con pasión de la capacidad de imaginar del hombre de Cromagnon, nuestro antepasado más directo. Según explica, fue la diferencia más notable frente al hombre de Neanderthal; la característica que finalmente hizo que fuese su descendencia la que se impusiese. Cromagnon soñaba y era capaz de crear imágenes mentales de una realidad inexistente, desarrollando una inteligencia simbólica más avanzada que la de Neanderthal. Eso le permitió planificar y compartir proyectos o pensamientos abstractos que contaban con el apoyo de la comunidad de manera incondicional hasta su consecución. Una capacidad y una ambición imbatibles frente a las demás especies.

“Arquitecturas sin lugar” ponía en evidencia esa herencia genética que recibimos hace una eternidad y que aún nos sigue distinguiendo entre los demás seres vivos: nuestra imaginación. Los seres humanos habitamos el mundo presente, mientras nos inventamos el futuro. A través del dibujo y la representación abstracta, la imaginación humana es capaz de vivir esos espacios, de reconstruirlos, de igual modo que un músico es capaz de “oír” la música escrita en una partitura. Invertimos cantidades enormes de energía en diseñar mundos de ficción que serán nuestro hábitat del mañana. Quizás por ese motivo, no ver realizados nuestros proyectos, nos genera una frustración que nos cuesta digerir. Es tanto como renunciar a un futuro que habíamos diseñado meticulosamente.

Sin embargo, la muestra del Centre d’Arts Santa Mònica, escondía una cara menos evidente que la de la simple nostalgia o la decepción.
La verdad es que los arquitectos concebimos muchos más proyectos que los que finalmente se hacen realidad. No hemos sabido encontrar otra manera que la de convocar muchas ideas para poder escoger entre ellas y eso era algo que en la exposición saltaba a la vista. El problema es que, en nuestro país, esas ideas valen muy poco o nada y ahí es donde reside el verdadero desánimo. La cultura del ladrillo le pone precio sólo a lo que se construye.

Podríamos decir que un despacho con cierto éxito en la competición en concursos de arquitectura, consigue ganar entre un 10 y un 20 por ciento de los proyectos en los que participa. Eso es lo mismo que decir que pierde entre 80 y 90 de cada 100 en los que concursa y eso requiere emplear mucha energía, pero también mucho dinero que no recibe.

Nuestros vecinos franceses, suizos o alemanes lo tienen claro: las ideas iniciales han servido para emitir un juicio de valor. Forman parte intrínseca de la construcción del edificio, una parte más que se debe pagar. Allí un despacho con poca obra construida pero acostumbrado a presentar sus ideas en concursos o procesos participativos, es capaz de subsistir económicamente de manera digna. Lo contrario es fomentar la precariedad en el sector. Colaboradores mal pagados, incapacidad para invertir en avances tecnológicos o en una necesaria y continua formación si queremos ser competitivos y afrontar retos como la adaptación al cambio climático o la incorporación de la inteligencia artificial en los procesos de diseño. Que nuestras ideas no se conviertan en ladrillos, no significa que no valgan nada.

Es necesario un cambio de paradigma, donde administraciones públicas y colectivos profesionales como el Colegio de Arquitectos y otros ámbitos creativos, establezcan las bases de un sistema que reconozca el valor que aportan las ideas en el proceso de diseño.
Un sistema más justo donde no ganar, no sea sinónimo de perder.

Manuel Sánchez-Villanueva, abril de 2024
arquitecto fundador de (*) haz arquitectura y profesor de proyectos arquitectónicos en la ETSA Vallés de la Universitat Politècnica de Catalunya

referencia parcial, fragmento y créditos del catálogo de la exposción mencionada  donde…
«La exposición Arquitecturas sin lugar (1968-2008) presenta un conjunto de obras que o no se han llegado a edificar nunca o ya no existen; un campo vasto que abarca desde las especulaciones teóricas, las prefiguraciones visionarias y los concursos de ideas hasta las arquitecturas (…)
permite analizar el patrimonio conceptual de un largo periodo de la historia cultural catalana; es decir, ayuda a seccionar cuarenta años de producción arquitectónica local, evidenciando en cada momento las ideas predominantes. (…)  [ver +]