Voy a contar como he ido atravesando la práctica profesional en treinta y ocho años de trabajo a partir de mostrar, con imágenes, mis propias obras. En esta ocasión específicamente vivienda y cómo, entre la practica y mis reflexiones he ido elaborando una posición que expresa conceptos del “qué y cómo” hacer arquitectura.
Siempre he sospechado de las obras que son el resultado de propuestas trasladadas de ideas teóricas y de imágenes fotográficas, es necesario una actitud de investigación e indagación y de una práctica propia, una relación directa de tablero, taller y obra.
He renegado del acatamiento sistemático de las expresiones de líneas arquitectónicas promovidas por críticos formados en una mirada historicista y por las influencias de las modas importadas de los centros editoriales y académicos.
En este tiempo de arquitecto, no me siento un profesional sino mas bien un amateur, un amante de la arquitectura en la que siempre tiene que estar presente una cuota de investigación, de inventiva, de riesgo, la condición de pertenencia de la obra al lugar, al reconocimiento del territorio y sus vecindades, sea un árbol o una construcción, o una diferencia de nivel.
La arquitectura es un arte útil, la presencia del otro la convierte en un arte más complejo, la obra se mira de manera distraída e implicativa, en tanto el observador no sólo ve la obra sino que se involucra en su espacio y la recorre, permanece o directamente vive.
La elaboración del proyecto nace mejor del conocimiento exhaustivo del lugar y de la relación y fricción con el comitente, sin caprichos, con intención de responder de una mejor manera a las necesidades y usos. Me interesa el desarrollo preciso de la planta, no como superficie plana sino como registro del espacio del movimiento de los actores, que es donde entra en juego la mirada.
Hay obras que parecen pensadas de apartes, detalles ajenos a la totalidad, caprichos con determinación estética o constructiva, condicionantes que no dejan aparecer al verdadero proyecto, que debiera dejarse quitar lo que sobra, lo banal, lo que le es dado de más.
Lo elaborado en el proyecto es una representación de lo que va a ser, y nunca es igual a la obra, ni es hecho por nuestras manos, pero sólo el arquitecto comprende la totalidad de la obra.
Rescato el dibujo, el croquis como herramienta básica de proyectar y hacernos entender, así como la maqueta de estudio sigue siendo igualmente eficaz, después el aporte de la computadora como un continuo archivar y modificar permitiendo entrar y salir del proyecto.
Las ideas son recurrentes, las búsquedas están antes, la posibilidad de construir habilita lo que venimos pensando, viendo, imaginando. Confío absolutamente en el aporte del inconsciente, es el terreno de lo imprevisto, por eso por imprevisible se nos va el día y las horas con la misma obsesión. Confieso ser un amateur de tiempo completo.
El proyecto es materializado con la misma lógica que fue pensado. Técnica y materiales se tienen que fundir en conveniencia con el proyecto, es lo que le da carácter a la obra, lo que unifica los criterios y las decisiones tomadas, un todo conveniente a las partes.
Nunca pienso en hacer una gran obra, sino en ir haciendo, pacientemente, elucubrando en ideas simples, así como también aborrezco los lujos y los desmanes. No creo haber hecho mi mejor obra aún y algunos buenos proyectos pudieron haber tenido mas suerte pero quedaron en el papel y las maquetas.
He seguido dos oficios al mismo tiempo, la pintura, el arte y la arquitectura. Mi primer exposición individual ya cumplió treinta y cinco años, y la última quedó relegada allá por el 93. Hoy pienso que tengo ganas de seguir renegando por las construcciones y continuar pintando, a pesar de las mil veces declarada defunción de la pintura.
La arquitectura es fácil, el problema es permanecer con las mismas convicciones.
Marcelo Villafañe, Rosario, Argentina