En 1860, una especie extraña de pulgón llega a Europa escondida en los pliegues de la corteza de una vid californiana que formaba parte de un cargamento destinado a plantar nuevas variedades de uva en el campo francés. Las cepas californianas son inmunes a él. Las europeas no. El pulgón acelera el organismo de la planta haciendo que produzca más savia, que va directamente a alimentar sus larvas hasta quedar muerta. Desprotegidas y sin remedio conocido, las vides acabarán muriendo en su práctica totalidad. La plaga se extenderá como una mancha de aceite donde sea que haya viña. En 1877 llega a Cataluña, donde, a pesar de la política de quemar las viñas infectadas, matará casi todas las viñas en menos de veinte años: es la filoxera. El paisaje catalán, exceptuando el Pirineo, el Prepirineo y parte del Llano de Lérida está marcado por la viña. Desde el Imperio Romano hasta 1877, el vino será la principal industria del país, tapizado literalmente de viña. Las consecuencias socioeconómicas de la plaga en Cataluña representarán un cambio de paradigma para el país. El campo se despoblará y las ciudades se llenarán de mano de obra poco cualificada que será la base del desarrollo de la industria textil. Algunos pueblos llegarán a perder el 75% de su población. El paisaje cambiará: se impulsará el cultivo de árboles frutales, principalmente almendros y avellanos, y el cultivo de trigo. Amplias zonas de terreno de cultivo serán abandonadas hasta hoy en día, muchas de ellas cubiertas por bosques de pinos de especies no autóctonas que incrementarán la cantidad, que no la calidad, de masa forestal. Bajo muchos de estos nuevos bosques todavía son visibles los bancales en los que se plantaban las vides.
La plaga se superará a finales de siglo XIX con la replantación de viñas con cepas californianas. Hasta hoy en día, las variedades autóctonas siguen implantadas sobre una cepa californiana. La estructura de propiedad del suelo moverá a los agricultores a asociarse en cooperativas, la base de la nueva estructura social del campo catalán, que llega hasta hoy en día. El asociacionismo catalán, muy vivo todavía, será la base de la recuperación cultural del país, y una de sus principales señas de identidad.
Las cooperativas, promotoras inmobiliarias ocasionales, serán uno de los clientes decisivos de la arquitectura catalana, jugando un papel incluso más relevante que el que hoy en día es capaz de jugar la administración pública. Como ejemplo, el primer proyecto construido de Antoni Gaudí será promovido por una cooperativa de Mataró.
En 1820, el Monasterio de Santes Creus, centro económico del llano de Aiguamúrcia, queda exclaustrado. En 1835 se vaciará definitivamente. Posteriormente, la filoxera acabará de devastar el lugar. Hacia 1918, recién terminada la Primera Guerra Mundial, las cooperativas ligadas a Vil·la Rodona y a Aiguamúrcia, más la cooperativa del nuevo pueblo de Santes Creus (crecido hacia 1840 entre las ruinas del monasterio y el rio Gaià), decidirán construir sus bodegas. El encargo recaerá sobre un arquitecto de 30 años llamado Cèsar Martinell. Martinell, amigo personal de Gaudí, tendrá una carrera muy dilatada en el tiempo fundamentalmente ligada al campo y, sobre todo, al asociacionismo catalán. El grueso de su obra lo formarán bodegas, molinos de aceite, fábricas de alcohol, harineras, destilerías, conserveras y edificios industriales varios. El espíritu con que Martinell (y otros arquitectos, como Pere Domènech Roura, Joan Rubió i Bellver o Josep Puig i Cadafalch) diseñarán estas instalaciones traspasará en mucho la naturaleza del encargo: serán verdaderos centros cívicos que llegarán, incluso hoy en día, a vertebrar buena parte de la vida pública de los pueblos donde se erigen. Su intención arquitectónica llevará al poeta Àngel Guimerà a llamarlos Las Catedrales del Vino. Su calidad será extraordinariamente homogénea, aunque sus acabados y su estructura dependerán del nivel económico de los promotores. Los ejemplos más conocidos serán las bodegas Codorniu, de Puig i Cadafalch, la Bodega Cooperativa de l’Espluga de Francolí, de Pere Domènech Roura, sobre un proyecto de su padre, Lluís Domènech i Montaner, y las excepcionales estructuras de las bodegas de Gandesa y Pinell de Brai, de Cèsar Martinell. La bodega de Gandesa se usa de rótula urbana sobre la que pivota el ensanche moderno del pueblo. Su depósito de agua, excéntrico respecto del edificio, se dispone en el punto de giro de la carretera de acceso. La bodega de Pinell de Brai es la más anisótrpa de toda la carrera de Martinell: sucesiones de arcos parabólicos trabajando a compresión pura suportan tres naves muy altas y esbeltas de casi veinte metros de luz. La conexi&oa
cute;n, sobre las tinas, se extiende en todas direcciones. Las barandillas de las bodegas son las cañerías de conducción del vino. El resultado final es de una belleza, una ligereza y una contundencia que anticipa los mejores trabajos de Eladio Dieste o Félix Candela.
Las bodegas de Vil·la Rodona, Santes Creus y Aiguamúrcia son estrictamente contemporáneas a las de Falset, Gandesa o Pinel. Los historiadores las consideran obras menores del arquitecto, dando, como máximo, una cierta relevancia a las de Vil·la Rodona, las más grandes de las tres y las que presentan mayor superficie de fachada por extenderse paralelas a la carretera de acceso, tres naves apoyadas sobre pilares de ladrillo que forman diafragmas parabólicos poligonalizados. Su acceso, a través del eje menor, abre el espacio a derecha y a izquierda. Las bodegas de Santes Creus y de Aiguamúrcia tienen una sola nave, a la que se accede por su eje mayor. El de Santes Creus (y no será el único construido así) está entre medianeras. Los tres tienen una estructura de cubierta a base de caballos de madera que apean correas del mismo material que soportan una cubierta de teja cerámica a santo de garza, es decir, soportando la teja entre dos correas dispuestas en sentido transversal: no había dinero para hacer la estructura primaria a base de arcos parabólicos.
Los tres continúan en uso hoy en día, ininterrumpidamente desde el día de su inauguración. Las tres bodegas están muy reformadas: Vil·la Rodona tienen una cubierta nueva de chapa sandwich industrial y tinas de acero inoxidable que han substituido las primeras, de hormigón armado y cerámica, parte inseparable de la arquitectura de las bodegas. Santes Creus sobrevive, en uso pero bastante degradada. Aiguamúrcia se amplió lateralmente con una nave en la que es dudoso el concurso de un arquitecto. Al lado de la nave, la báscula para pesar tractores, obra anónima que en bodegas como Pinell, Gandesa o Sant Cugat habían estado construidas por el propio Martinell. Diversas estaciones transformadoras y almacenes se han adosado al cuerpo principal.
Las tres continúan formando parte importante de la vida del pueblo. Las de Vil·la Rodona han llegado, intermitentemente, a ejercer funciones de salas de exposición, sin perder su carácter industrial. Las tres oras menores, descatalogadas, precariamente cuidadas, olvidadas incluso por los estudiosos del arquitecto, sobreviven ejerciendo, como el primer día, su función. Su modestia ha devenido flexibilidad para unos usuarios privados de todo asesoramiento, que han manejado siempre todos los elementos expresivos de la obra original, y las obras, hoy en día, son perfectamente reconocibles. Por bien que todas ellas, sobre todo las dos más pequeñas, necesitarían una puesta a punto que, igualmente, se verá minimizada gracias al hecho que jamás han caído en desuso. Las tres instalaciones ejemplifican a la perfección el hecho que la expresividad de un edificio, su belleza, su carisma, son un factor decisivo a la hora de enfrentarse al edificio, de medirlo, de entenderlo, de respetarlo y, finalmente, de seguirle insuflando vida y programa muy por encima de las voliciones iniciales de unos promotores, los hijos de los hijos de los cuales siguen, para bien o para mal, usando el edificio.
Ciudad: L’Alt Camp
Agentes: Cèsar Martinell
Autoría de la imagen: Jaume Prat