Atrevido, descarado y sin pelos en la lengua, este joven arquitecto asegura haber perdido la ingenuidad de la escuela al haberse dado de bruces con la realidad. Acusa la falta de un protocolo de elegancia en el país, donde uno se hace una casa con la propaganda encontrada en el parabrisas del coche, e intenta combatirla con un circo de tres pistas: la docencia, el project management privado que trabaja a golpe de talonario y un estudio que hace la arquitectura de serie A a los arquitectos de serie B.
A contracorriente, afirma que los alumnos no le enseñan nada, pero sí le corroboran según qué ideas, que enseñar es una terapia, una manera de limpiar y ordenar el pensamiento. Mientras tanto deja caer una comparativa entre la ETSAM y La Europea en un pulso de docentes y de resultados académicos.
No deja lugar a la indiferencia.