Principios y procesos de una situación plural.
Sobre cosas que pasan a la vez, solapando lo que empieza con lo que termina, lo prescindible con lo irrenunciable, y algunos otros peces que pululan por las aguas que compartimos…
Están siendo días con algo de algarabía, pero no parecía oportuno dejar terminar la semana sin comentar -siquiera brevemente- algunas coincidencias que llaman la atención. Quedó además pendiente la semana pasada, y no es cuestion de eternizar.
La primera fue la efervescencia barcelonesa reciente, en la que -sirva de ejemplo- se han sucedido en un mismo día y a la misma hora presentaciones de libros recopilatorios (Monteys, Guallart), o de iniciativas ‘transversales’ de arquitectos (Pinós) que no son sino evidencias rotundas de un tiempo que reclama, y ofrece, conclusiones y aperturas.
Tanto es así, en nuestro particular ajedrez, que habrá quien empiece a pensar que mejor tomar opción sobre lo hecho o sobre lo por hacer no sea cuestión que el azar, o un tercero, determine el predominio de uno de los dos, no dando opción sobre si la situación personal o colectiva sea terminal o inicial.
De hecho. y en la misma línea, es muy estimulante echar un vistazo a los nuevos inquilinos del acuario scalae ya que también muestran algo relacionado con mundos que terminan y mundos que comienzan. Aparte el interés en votar (con los característicos ‘me gusta’ de FaceBook, para así ayudar a elegir las tres personas que obtendrán una inscripción gratuita en el Congreso sobre «lo común» de la Fundación Arquitectura y Sociedad), mucho mas sugerente resulta intentar adivinar la personalidad de los autores en la visión de la realidad -o de sus sueños- que trasmiten sus escamadas propuestas.
Así tal parece que quienes se ‘mantienen’ en el ejercicio profesional optan por ‘pezificar» las incógnitas sobre la coyuntura que nos asfixia y, sin embargo, los más jóvenes -estudiantes- optan por reflexiones abstractas, de geometrías y trampantojos, alejadas de la ofensiva (o terrible amenza de la) materialidad. ¿O es al revés? ¿Quién huye, concluye, y quién está en su tiempo, fundamenta?
Y llegando al tercer punto, de lo colectivo y de este forzado triángulo, mencionar una constatación: algunos concluyen a escobazos. La definitiva demolición de los primeros brotes en hormigón proyectados por Zaha Hadid en Sevilla será -es seguro- un colosal icono de lo que concluye, de lo prescindible. A Zaha, una arquitecto, le costará un proyecto. A los arquitectos una comprobación. A los sevillanos, gente, personas, otra hipoteca. A todos (lo que dejamos a quienes nos seguirán en los relevos de la vida): una biblioteca. Duele perder una biblioteca, que sea la última. Duele, tanto o mas, verificar que los nuevos iconos serán durante un tiempo los de ejemplarizantes destrucciones.
Ójala no nos equivoquemos, enloquecidos por la rabia o confundidos por un renovado fariseismo, y abortemos, tiremos o quememos algo equivocadamente. Voluntarios incitando a las hogueras no nos van a faltar, de eso podemos estar seguros.
Con el ánimo opuesto, queremos brindar hoy por unos comentarios que cumplen mas de veinte años, siendo respuestas de entonces y de hace tan apenas unas horas del balear Antonio Alomar(*) a las dudas que hoy nos consumen, mientras nos preguntamos por lo que es irrenunciable, imprescindible… es decir, son respuestas que han pasado a ser preguntas, nuestras preguntas:
«…lo que sucede es que cada vez se tienen menos en cuenta los condicionantes climáticos, tipológicos, físicos o topográficos del lugar, se prescinde de ellos… Pero a mí siempre me han preocupado los factores puramente físicos a la hora de construir, el hecho de proyectar en invierno o en verano. Y lo que hago es entretener al cliente. Tiene que pasar un duro invierno y un duro verano durante el proyecto, porque cambia mucho la manera de verlo…
….y es que se está perdiendo el conocimiento de la materia… Por ejemplo, el carpintero que estaba todo el día en el bosque, estaba tan cerca del árbol vivo, que lo conocía. Sin embargo hoy día para el carpintero la madera es como PVC, si pudiese cortarse igual lo preferiría…
…es una barbaridad hablar de arquitectura popular. La arquitectura es un fenómeno propio de una secuencia cultural del hombre civilizado. Antes no había arquitectura, había «otra cosa», llámale lo que quieras, pero no arquitectura… Un Iglú no es arquitectura, es nuestra soberbia lo que nos hace creer que es arquitectura, nuestra soberbia desde el punto de vista de arquitectos, desde el punto de vista de civilizados. La arquitectura o lo que ahora entendermos por arquitectura no ha existido siempre, para que haya arquitectura tiene que haber… un arquitecto, o mejor un jefe.
Arquitecto significa jefe. «Arjé» en griego es jefe. Es el que manda, coordina, a toda una serie de oficios, porque «tecnon» es técnica de construcción, lo otro, la técnica en general, «tecnon»…
Por ejemplo, la arquitectura talayólica es arquitectura, porque había una estructura social, una jerarquía y unos esclavos que podían trasladar aquellas piedras que, a su vez, los jefes necesitaban hacer trasladar para significarse como poder. En cambio una casa de payés, mucho mas reciente, puede no ser arquitectura o casi no serlo, al tener muy pocos elementos arquitectónicos propiamente dichos… El pueblo no hace arquitectura. La arquitectura no es una constante antropológica, para mi es una constante cultural, puramente cultural.
Antes el lugar de un hombre o de un grupo humano determinado era un territorio restringido, y el que nacía estaba condicionado por ese territorio, porque caminando podía abarcar sólo un radio de 10 ó 20 Km… Este territorio se ha ido ampliando hasta llegar a la actualidad… Ahora hay personas que tienen una aculturación total, no tienen territorio. Esto creo que es nefasto. Y su traducción en arquitectura, en una «arquitectura sin territorio», me produce una gran desazón. Creo que precisamente cuando se abarca la totalidad de la tierra fácilmente, és cuando mas valor habría de conceder a la variedad, a los signos distintivos de cada pequeño entorno.«
(*) revista D’A, número 4, 1990, COAIB, «Conversa (de Josep Queglas) amb Antoni Alomar», pp 60-73