15 de febrero de 2012

Principios y procesos de una situación plural
Sobre cómo el umbral del espacio público nos lleva al cine y, a su modo, al futuro….

El pasado verano, en el ambiente del curso de arquitectura y urbanismo que organizaron Jerónimo Junquera y Enric Serra para la UIMP y en el contexto de la XI BEAU «lo próximo, lo necesario», tuvimos ocasión de compartir algunos momentos intensísimos de entre los que es ahora oportuno recordar uno de ellos. Vamos a ello. 

El curso partía del relato de experiencias y documentación, para proporcionar un escenario de debate informado, sobre el «umbral» entre lo edificado y lo no edificado: «los lugares contemporáneos de convivencia». Umbral identificado como el espacio intermedio entre la edificación y el planeamiento, en una de sus acepciones, entre lo público y lo privado en otras. Decimos acepciones porque una de las apuestas del curso era precisamente la visualización de una diversidad de diagnóstico, interpretación y aplicación de un concepto que, de puro abstracto, no se sabe si roza mejor lo técnico, lo social, lo legal, lo político, lo artístico o la vida. O todo a la vez.

 

En una de las clases magistrales, titulada «el espacio público como yo lo veo», se tuvo a bien por el conferenciante razonar la cuestión al amparo del contraste entre dos ciudades americanas: La Habana y Nueva York, bajo el guión «poético» de un romance. Un romance que, en apariencia, era el de un pianista y una cantante pero que en realidad escondía -tras el gigante macguffin de los infructuosos enamorados- otro romance si cabe mayor como lo es el del propio conferenciante con la relación que es posible comprender, y vivir, entre música, cultura, espacio público y forma de la ciudad. Un romance de colores y siluetas, de dos ciudades que fueron descritas, revividas, magistralmente como opuestos complementarios, en una simetría que de tan mágica se aproximaba a lo psicodélico: una alucinación. Y lo más fascinante del relato fué que se basaba en el dibujo. Una clase dibujada.

 

Xavier Mariscal, que era el conferenciante, con su impostado y «genuino» para la ocasión acento cubano, acompañado por las melodías adecuadas para ello como fondo, nos dejó clavados, bailando todos con los pies y sin poder cerrar los ojos, de puro abiertos. Lo hizo desgranando los principios -sencillos y sabios- personales, artísticos y artesanales que le llevaron, con Fernando Trueba, a reinventar -desde el dibujo y una emocionante historia de amor- las arquitecturas, los espacios abiertos, los intermedios de ambas ciudades. Sin embargo, no conforme con el primer regalo, los principios aludidos, siguió durante una hora completa desvelando el proceso que va y vuelve entre la realidad -puede que la arquitectura, tal y como la reciben los medios «mecánicos» de la fotografía o el vídeo- y lo abstracto -puede que la vida, tal y como la devuelve el dibujo en movimiento en este caso- ofreciendo una de las mejores clases de arquitectura y análisis de formas que pudiéramos recordar. Y divertida. Muy divertida. 

Harán bien quienes esto leen en acudir al cine -para eludir la sola posibilidad de ver las meninas en un sello– y las escuelas españolas de arquitectura en solicitar a Mariscal esa clase para inaugurar curso o trimestre o… lo mismo da, no tiene desperdicio. Sea a no mucho tardar ya que el más que probable y merecido Oscar -un deseado resultado– puede complicar mucho su agenda, caché y disponibilidad.

 

Pero el caso. y lo oportuno, es que el recuerdo viene como resultado del tropezar con unas notas sobre una frase escuchada en «Chico y Rita» a Rita, la cantante enamorada, en un momento de profundo desasosiego en el que alguien le advierte sobre la posibilidad de perjudicar su futuro. Rita dictamina para quien guste atender: «¿Qué futuro? El futuro nunca me ha dado nada. Tengo todas mis esperanzas puestas en el pasado».

Y claro, en eso estábamos…

 

Puede que la semana que viene hablemos de política. Toca.

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