[Rogelio Ruiz Fernández, dr. arquitecto, para scalae]
DESMONTANDO A GEHRY (DECONSTRUCTING GEHRY).
A veces pienso que en los años últimos del siglo XX un hada dio a cada gran ciudad un gran grano de maíz. Aquellas urbes que dieron calor con dinero, con montañas de oro (Goldberg), vieron convertirse a aquellos granos en gigantes palomitas. Desde el silencio cósmico, esos días, la Tierra era como la bolsa encerrada en la oscuridad del microondas de donde salían sin parar, de manera desordenada, ruidos de estallidos arquitectónicos.
Todos sabrán ya que el Príncipe de Asturias del 2014 ha recaído en Frank Gehry. Siempre que quiero probar a alguien que dice que le gusta la arquitectura le digo: dime cinco nombres de arquitectos, y en general, en esa lucha intensa del común de los mortales por recordarlos, tras Antoni Gaudí, Ricardo Bofill, Norman Foster y Santiago Calatrava suele aparecer el nombre de Gehry. Yo, que verán a continuación que he recorrido y estudiado su obra con cierta profundidad, no soy ni un fan ni siquiera un converso a pesar de lo mucho que lo he seguido. Sin embargo no puedo negar que me ha dado alegrías intensas.
El año pasado, sin ir más lejos, proyectamos la película que su amigo Sydney Pollack le dedicó en FICARQ (Festival de Cine y Arquitectura) en el Niemeyer y, como suponíamos, a pesar de no ser un estreno (Pollack ya estaba muerto), fue una verdadera avalancha de gente y de debate. Frank Gehry, que ha salido hasta en los Simpson, es un fenómeno de masas. El agente ´007 ha estado en el Guggenheim y la gente enseguida conecta con su desenfadada arquitectura. Quizá por ello Ouka Leele, miembro del jurado, se refiere a él como alguien que no va de estrella… aunque sin duda podemos decir que ha representado la arquitectura espectacular de los últimos años como nadie.
Me pongo a buscar en mi cabeza y la primera entrevista que leí suya me la mando Livio dell´ Oro, profesor entonces en Milán, que conocimos en un concurso en Polonia hace veintitantos años. Livio, que era muy del Norte, me decía que nunca había estado en Roma (un enseñante de arquitectura digo con mucha sorna), llevaba una revista llamada Modulo y me envió un número en el que salía él mismo en Los Ángeles entrevistando a Frank Gehry.
En la película citada, y en algún libro, su psiquiatra aparece explicando cómo fue reconduciendo a Frank y como se estabilizó tras conocer a su segunda mujer, hispana por cierto, incluso cuenta el doctor como recibe visitas de otros arquitectos que pretenden que les convierta en un “Gehry”. Podemos ver asimismo su proceso de trabajo, con colaboradores fieles, cortando en una suerte de aleatoriedad controlada piezas de cartón, en la más pura tradición empirista del ensayo-error. Se pone como ejemplo a menudo de la utilización de las nuevas tecnologías informáticas para la creación de sus edificios, sin embargo esto, como comentaba, no es del todo cierto. En realidad su creación por medio de maquetas no difiere en mucho de las de la Catedral de San Pedro de Bramante que podemos ver en Roma. Eso sí, tras la creación del modelo se produce una lectura digital del mismo (una suerte de correspondencia biunívoca) y se traslada a un mundo de computadora en el que se puede generar la forma continua que llevará cada una de las distintas piezas que construirán su fantasía. Sí, es en cierta manera la tecnología de los automóviles (de las curvas de Bézier, o Casajoana) que hicieron hace unos treinta años que de repente todos los coches pasasen de ser cajones a ser verdaderamente aerodinámicos, la que la hace posible. La arquitectura de Gehry, como ya querían hace años los futuristas y después los bolidistas italianos, es una arquitectura que se mueve estando quieta. Uno de los momentos inolvidables que me dio fue cuando, paseando por la ría de Bilbao, de noche sólo, yo Santo Tomás que quería meter los dedos, veía reflejado el gran edificio en el Nervión, cuando una lancha pasó y fue creando pequeñas olas que hicieron en su imagen especular que todo el edificio se pusiera a bailar a su ritmo despertando así al mundo.
He visto también en California algunas de sus primeras obras: aquellas oficinas con los enormes binoculares formando la puerta de entrada (que son en realidad obra de Claes Oldenburg que hacía pinzas, cerillas, sillas y cucharas gigantes por aquella época en los parques de todo el planeta). Vi también los aparcamientos de Santa Mónica, ni fu ni fa, y también por allí, que me gustó más, el edificio del Edgemar Retail Complex, en el que se muestra comedido eso si jugando con diseños muy sutiles con mallas que generaban efectos muaré. No conozco, pero me gustaría conocerla por lo incontestable que grandes arquitectos que han estado me han dicho que es, su casa. Tampoco, hace mucho que no voy a Chicago, su Auditorio Pritzker en el parque del Milenium, por cierto premio que ha merecido y recibido, ni el de Walt Disney de Los Ángeles también post-Bilbao, ni el de Massachusetts… Hay muchos.
He estado en Berlín en el edificio DZ Bank, y me ha parecido muy interesante, junto a la puerta de Brandeburgo, que es absolutamente ordenado al exterior y lueg
o incluye una especie de intruder, la metamorfosis, dentro. También este edificio es ordenado hacia atrás, donde da frente al monumento al Holocausto de Peter Eisenman. El origen judío y su ocultación, que por otro lado siempre aparece en sus entrevistas, se cambió el apellido Goldberg, es otra de las facetas complejas de su personalidad, y pienso si no será en realidad su apariencia afable como el edificio berlinés: el envoltorio de una vida interna más que inquieta.
También, creo que construido con menos medios que otras obras suyas, pude contemplar el edificio que, de insoportable levedad, parece que baila en Praga, pero Praga señores, no es el Bilbao después de la industria y allí es una pieza más en la ciudad del Moldava.
Contemplé también en la sede de Vitra, una firma de muebles de diseño para la que Gehry diseño una curiosa silla de cartón, en Weil am Rhein, cerca de donde Alemania, Francia y Suiza se juntan, otra pieza: el museo del diseño, que por su tamaño menor incide aún más en la calidad escultórica que no abandona ninguna de las obras del premiado y que es probablemente la característica que le da una mayor conexión popular.
También nos acercamos a El Ciego, que ya se llamaba así antes de que una estrella de luz aterrizará allí y lo deslumbrara, para ver una, la más, absurda prueba de la relación del vino con la arquitectura espectacular y comprobamos que uno de los platos servidos, para ambientar este derroche era una ensalada a base de lombarda que combinaba con las despeinadas cubiertas moradas de esta nave espacial que cayó en el pueblo, hasta entonces, pobre pero honrado…
Luego está el «pescaito» bajo el hotel Les Arts y la torre Mapfre de Barcelona, una gran escultura hueca que muestra una de las obsesiones de Gehry ( y de SCALAE) : «el pez» y se ha convertido en uno de los símbolos de la ciudad de los mil símbolos.
En Andorra, lo trataron muy mal, pero a esto ya dedicó un capítulo entero Llatzer Moix en su libro sobre arquitectura milagrosa.
Woody Allen quizá tenía razón y Oviedo es como un cuento de hadas, pronto podré encontrarme a Gehry tomando un café al lado de mi casa o lo veré en el Niemeyer en Avilés, ahora de verdad, contándome sus cosas. ¿Me dejarán allí comer palomitas? espero que sí. Estoy feliz de tenerle aquí.
Rogelio Ruiz Fernández, 7 Mayo 2014.
ilustraciones:
portada: Edgemar Retail Complex, California, foto Rogelio Ruiz (1999)
DZ-Bank, Berlín, foto Rogelio Ruiz (2007)
El Ciego, La Rioja alavesa, foto Rogelio Ruiz. (2011)
Agentes: Rogelio Ruiz Fernández