El arquitecto y profesor de la ETSAVallès UPC Manuel Sánchez-Villanueva da cuenta de la experiencia profesional compartida por los arquitectos Enric Mirallesy Agustí Obiol, ambos referentes en la arquitectura contemporánea barcelonesa y catalana.
El Mercado de Santa Caterina, de Enric Miralles y Benedetta Tagliabue. Fotografía del autor.
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[LÍNIA, el diari metropolità]
versión en español (castellano) del texto publicado originalmente en catalán en línia, el diari metropolità [ver +]
Enric y Agustí
Es posible que haya gente que no sepa quien fue el arquitecto Enric Miralles Moya, pero si les cuento que fue el autor de proyectos como el edificio de Gas Natural, el Parque de Diagonal Mar, o el Mercado de Santa Caterina en Barcelona, seguro de que la mayoría de la gente lo reconocerá o habrá estado incluso en alguno de ellos.
Enric Miralles, a pesar de fallecer muy joven a los 45 años de edad, fue un autor prolífico que trabajó por toda Europa y el resto del mundo. En sus inicios lo hizo junto a la arquitecta Carme Pinós, que además fue su primera esposa, con quién diseñó el cementerio de Igualada, su obra en común más conocida y alabada. En esta época, a pesar de su juventud, llegó a participar en algunos proyectos de la Barcelona olímpica de 1992, como los pabellones de tiro con arco del Valle Hebrón, o las pérgolas centrales de la Avenida Icaria en la Vila Olímpica. La plasticidad de sus obras es claramente reconocible y distinta de la de otros arquitectos de su época. Hay incluso quien quiso ver en Enric Miralles, el nuevo Gaudí de la arquitectura catalana.
Obras como el Parlamento de Escocia en Edimburgo o el sonado Pabellón de Deportes de Huesca, pertenecen a un convulso período posterior, ya en solitario, marcado por el colapso de la cubierta de este último edificio, en plena madrugada, cuando apenas quedaban unos meses para inaugurar la obra. La caída de la cubierta de Huesca fue un antes y un después en la carrera de Miralles. La búsqueda de culpables de este maldito suceso, hizo aflorar la figura del arquitecto que siempre diseñó y calculó las estructuras de todos sus edificios, Agustí Obiol Sánchez, alguien desconocido para el gran público, pero de un enorme prestigio dentro de la profesión.
El tiempo acabó demostrando que el edificio cayó por una mala ejecución: habían puesto al revés, las armaduras que anclaban el peso de la cubierta en los cimientos que acabaron por ceder. Pero el daño estaba hecho. Más de año y medio de juicio y las presiones políticas y económicas que se derivaron, terminaron por sumir en una profunda depresión a Agustí, el prestigioso estructurista de Enric, quien tardó un año en sobreponerse. La vida es dura, escribió años más tarde.
Agustí fue un estudiante prodigioso según cuentan. No bajaba de la matrícula de honor en la carrera y en el quinto y último curso de los estudios, ya daba clases a los del curso inferior de estructuras, cosa que atrajo enseguida el interés de profesores y profesionales de la arquitectura. El arquitecto Robert Brufau Niubó, algo mayor que él, vio enseguida en Obiol, un puntal imprescindible para el diseño y el cálculo de estructuras y un socio para toda una vida.
La relación de Enric Miralles y Agustí Obiol surgió en los primeros trabajos como la de dos personas predestinadas a conocerse: uno encontraba en el otro lo que le faltaba y ambos creían que el otro era el mejor. Una mezcla de admiración, respeto y fascinación, con la diferencia de que Enric era el que salía a escena, mientras Agustí sostenía la tramoya entre bastidores.
Robert Brufau, el socio de Agustí, explica que Enric Miralles solía llamar por teléfono para saber si Agustí estaba nervioso, si caminaba rápido de arriba abajo por el despacho y si fumaba mucho. Si la respuesta era afirmativa, se plantaba en el despacho de Agustí para inventar y solucionar la estructura del edificio. Lo necesitaba así, en tensión y alerta. Una relación hipnótica y absorbente que hacía aflorar la mejor versión de ambos.
Los creativos diseños de Enric y Agustí eran un ejercicio de equilibrio donde nada apoyaba donde se suponía que tenía que apoyar. Un desencaje espacial y una redefinición de los elementos clásicos -pilar, viga y cobertura- que, a partir de pequeños movimientos, conseguían un mágico efecto de ligereza. La pérgola de la plaza del ayuntamiento de Parets del Vallés, se sofisticó más tarde en la solución de la de la Avenida Icaria y sumó un grado de complejidad en la cubrición del Mercado de Santa Caterina.
En su hermanada búsqueda de la ingravidez, la desgracia de Huesca distanció a Enric y a Agustí para siempre. Cuando siete años después falleció Miralles, Obiol repetiría: la vida es dura.
Estos días se conmemora un año de la muerte de Agustí Obiol. El pasado 23 de octubre, la Escuela de Arquitectura de Barcelona, celebró un acto para recordarlo, al que acudió una parte representativa de sus compañeros de profesión y de Universidad. Su socio Robert Brufau clausuró el acto con una emotiva charla que tituló precisamente como se titula este artículo: Enric y Agustí.
Desgranó detalles de sus diseños arquitectónicos y de su relación personal donde uno era el alter ego del otro.
Y una sonora ovación cerró sus últimas palabras: Enric era Agustí.
La vida es bella.
Manuel Sánchez-Villanueva, octubre de 2024
arquitecto fundador de (*) haz arquitectura y profesor de proyectos arquitectónicos en la ETSA Vallés de la Universitat Politècnica de Catalunya