17 de mayo de 2024

 [SCALAE]
Colección de documentos periódicos de arquitectura
Pliego #7 edición española, publicado en septiembre de 2007

Sumario del pliego:
Conversación, respuesta a un estudiante y documento gráfico: Josep Llinàs
Ronda editorial: Ricardo Sánchez Lampreave
Tránsito: José Juan Barba
Fuera de Tiempo: Xumeu Mestre

Conversación con Félix Arranz

En Barcelona, en la avenida República Argentina, al extremo de lo urbano: más allá del ensanche, más allá de Gracia, en las primeras pendientes exageradas de Vallcarca, en una casa que primero albergó el estudio y donde los Llinás se han ido instalando poco a poco, piso a piso. Ocupación de años, pautada, dejando transcurrir la vida; como la ocupación de Pepe en la cultura barcelonesa: sin ruido, sin alharacas, sin espectáculo. Alguien ‘de fuera’ que vino a instalarse, a enlazar con las tradiciones más profundas, menos formales, de lo catalán, con la naturalidad que da el trabajo, el no trabajo, la fiesta y el silencio.
Pepe es aficionado al fútbol, es decir: a jugar al fútbol. No hablamos de ello, sin embargo resulta imposible evadir una sensación: su ‘saque de esquina’ termina en gol. Ahí queda: en el área chica, donde con elegancia felina, aparentemente sin prisas, peina la arquitectura al fondo de las mallas. Me he acordado de Romario. Culés quienes conversan, ambos, si.

(La conversación ahora aquí sintetizada se grabó en la primavera de 2004, estando en ese momento en construcción la biblioteca Jaume Fuster de Barcelona.)

una mitificación amable…
Nací en Castellón, un poco por casualidad; mis padres eran funcionarios y se conocieron allí, donde vivimos hasta que tuve ocho años y nos trasladamos a Barcelona. Vivíamos en las afueras, limitando con huertos y naranjos. Así como en Barcelona mis recuerdos de infancia están vinculados a la calle y al instituto, en Castellón lo están más a los campos vecinos, donde jugábamos, con saltamontes, hormigas, escarabajos… Mi familia paterna es de Valencia. Por parte de mi madre los orígenes son más complejos: el abuelo era de Madrid, de origen andaluz, y la abuela catalana.
El estudiar arquitectura, pienso ahora, estuvo mediado, sin ser nunca explícito ni autoritario, por la idea que mi padre podía tener de esta profesión, una profesión moderna, con un pie en el futuro, que dejaba atrás un mundo obscuro de rutinas y hábitos irracionales. Cuando estudiaba cuarto de bachillerato, en Barcelona, ya empecé en una academia de dibujo. Siempre se había asociado el dibujo a la arquitectura, y me gustaba dibujar.
En un momento determinado dudé si estudiar medicina o arquitectura, pero al final me pareció… -lo de la medicina me atraía, vamos, es lo que tendría que haber hecho- me pareció que había una componente así como más dura, eso de operar… ¡que no, que no!

En los primeros cursos de la carrera estás muy presionado por la necesidad de aprobar. Hasta segundo o tercero no entré en materia… En historia del arte, en primer curso, recuerdo la impresión que me produjo Sierra, el profesor, que se subió a la mesa, para hablar de arquitecura. Me costó reaccionar. Pensé: ‘Aquí, esto sí, aquí pasa algo raro’.
Me di cuenta de lo específico de la profesión cuando empezamos con Federico Correa, en proyectos: enfrentarte a cómo solucionar un problema de proyecto, cómo representarlo. Correa, en ese punto, fue muy iniciático para todos, para mi generación fue muy influyente.

La escuela se cerraba…
Enseguida se cruzó el tema político, como algo importantísimo. Coincide mi época de estudiante con el nacimiento del Sindicato Democrático. Las clases se paraban: nosotros las parábamos, porque hacíamos huelga, la escuela se cerraba, era constante. Eran protestas, en general originadas en temas académicos, pero que en seguida trascendían a lo político. En ese sentido creo que a la Escuela no le debo mucho como instrumento de formación profesional (salvo excepciones), pero sí le debo muchísimo en la formación de mi conciencia social y política. No aprendí mucha arquitectura allí, pero si entendí que ese trabajo se relaciona con la sociedad, con las personas, y que por lo tanto, la responsabilidad que uno tiene al ejercerlo es importante, incluso abrumadora.

Mi tío Angel…
… Aparece una persona, que ya ha fallecido, mi tío Ángel Carmona, hermano de mi madre. Fue una persona absolutamente heterodoxa, en relación al entorno familiar o social en que me movía. Era abogado, pero creo que nunca llegó a ejercer la profesión, pues siempre estuvo absorbido por otras preocupaciones culturales, políticas –estuvo en el primer PSUC[1]-, y sobre todo por una pasión ciega por el teatro que le llevó a representar obras extraordinarias en barrios, en bares, sin presupuesto…, siempre muy interesado en manifestaciones de la cultura popular: me regalaba juguetitos de esos que se venden en la calle por un duro, llenos de ingenio y alegría: “Toribio, saca la lengua, Nicanor, toca el tambor…” también unos libros fantásticos que él tenía: Historia de las Invenciones y cosas así. Alimentaba mi curiosidad, fue para mí siempre un ejemplo, de independencia, de capacidad crítica.

Creo que mi interés por la obra de Josep Mª Jujol se inicia en la estima que vi en mi tío, cuando yo era un niño, por las manifestaciones más vivas, ingeniosas, anónimas de la cultura popular.

En el despacho de Coderch…
Empecé a trabajar en tercero, estuve un año con Lluis Cantallops. Yo era muy joven y en aquellos momentos tenía puesta la cabeza en otras cosas que nada tenían que ver con la arquitectura. Ahora, cuando he estado de profesor y veo que hay estudiantes que no vienen a clase, los entiendo. Pero son épocas de vacilación que pueden acabar en unos meses o, al revés, originan derivas que te llevan a puertos absolutamente imprevistos.
Más tarde entré en el despacho de Coderch. Entré en el estudio a través de un cliente suyo que conocía a mi padre. Y luego ya acabé la carrera y salí de su estudio: tenía que ir a la mili y, además, Coderch sólo tenía estudiantes. El era el único arquitecto. Lo recuerdo como una experiencia mucho más importante que la escolar. Era un arquitecto extraordinario, pero también lo era como persona. Me impresionó mucho en todos los aspectos.

Fue en el despacho de Coderch donde entendí cómo ese sentimiento de responsabilidad se podía llevar a la práctica. Fui a verlo, dispuesto a hacer lo que fuera, y le dije que no hacía falta que me pagase, y entonces medio se enfada, y dice: ‘!Qué me dice usted¡. Tengo que pagarle porque si no tampoco podría despedirle.’

Entendí lo que decía y luego…
Lo que yo hacía en el despacho, creo que lo hacíamos todos, era pasar a limpio los croquis, que muchas veces estaban filtrados por Jesús Sanz, aparejador, su mano derecha y una persona muy importante en el despacho. Coderch, a veces, se ponía a dibujar directamente en la mesa en la que estabas tú. Ahora, cuando lo recuerdo, no puedo dividir las imágenes de respeto y afecto. Creo que también Coderch (aunque desde otra situación), como mi tío Ángel, estimaba las manifestaciones vivas y anónimas de la arquitectura popular, mucho más que las académicas o institucionales.
Trabajar solo me permitía dedicar mucho tiempo a la solución de un proyecto. Me aterraba y me aterra hacer una cosa que esté mal. Como nunca he tenido grandes habilidades profesionales, esa responsabilidad, casi ese exceso de responsabilidad, casi una paranoia, vamos, me ha llevado a trabajar muchas horas sin grandes resultados. No ha sido tanto hacer lo que me gusta – que no sé qué es – como no hacer lo que no me gusta.

La relación con de la Sota…
Viene porque el Colegio de Arquitectos de Tarragona, supo que estaban a punto de hacerse unas obras en el Gobierno Civil, a partir de un proyecto, de reforma de sus instalaciones, pero que podía acabar con importantes modificaciones del edificio. Consiguieron que la dirección de esas obras se la encargaran a Alejandro de la Sota y éste pidió un colaborador próximo –geográficamente hablando-. De ahí, la propuesta que me hizo el Colegio, que acepté con mucha ilusión, y el que conociera a Sota, hace creo que doce o quince años… Como la obra duró dos años y medio, o tres, tuvimos ocasión de hablar mucho. Luego lo fui viendo cada vez que iba a Madrid, estas obras tienen como coletillas, siempre hay cosas a posteriori. Y luego también hice con él la dirección de obras de la embajada de España en París, un proyecto de su estudio. Y lo fui visitando periódicamente. Era una época en que Sota estaba habitualmente acompañado por alguno de sus hijos o su mujer Sara. De manera que establecí unas relaciones de afecto y amistad con él y con su familia, mucho más lejos que las estrictamente profesionales.

Ahora soy miembro de la Fundación Alejandro de la Sota.

De Alejandro de la Sota, del que me siento deudor, aprendí mucho; por ejemplo a no querer solucionarlo todo de una vez, sino a dar un paso, una primera idea, se podría decir, y dejar que pase el tiempo… que quiere decir que pasarán cosas que modificarán los términos del problema, o que incluso lo harán desaparecer… Si tuviera que resumirlo, diría que Sota no usa de la “autoridad” del arquitecto en sus obras. Sólo “in extremis”, en casos excepcionales, impone sistemas de orden, deja aparecer los instrumentos del arquitecto.

Si no se dan esas circunstancias, las habitaciones es mejor que no sean cuadradas, los materiales “preformados” definen la forma de las fachadas en lugar de sistemas académicos de composición, las salas de vistas en los juzgados –pensando en Zaragoza- se modifican en tanto que arquitectura, porque no hay tarima bajo el tribunal, magistrados y acusados sobre el mismo suelo, etc… Precisamente la memoria de presentación del Proyecto de los Juzgados de Zaragoza es ejemplar en este sentido…

no podía seguir eternamente…
Estuve muchos años como profesor asociado en la ETSAB. Empecé en el año 1974 o 75, cuando vino Rafael Moneo a la escuela, que, como sabes, significó un cambio cualitativo en el nivel de la propia escuela, que tuve la suerte de vivir desde dentro.
Después seguí unos años más… Como sabes, dar clase, especialmente de proyectos, es muy cansado, pues se trata siempre de responder instantáneamente a las sugerencias del ejercicio del alumno… de manera que es imposible o al menos inconveniente, instalarse en la rutina o en la repetición. Finalmente, debía tomar una decisión en relación a la tesis doctoral, es decir debía “profesionalizarme” como profesor, pero empezaba a tener más trabajo, de manera que cada vez era más difícil encontrar tiempo para la tesis… Por otra parte pienso que es necesario encontrar y transmitir un cierto entusiasmo en la enseñanza de proyectos y que para eso es necesario una cierta afinidad generacional… Total que decidí dejarlo, hace ya bastantes años, pero siempre estoy haciendo algo vinculado a la enseñanza, talleres, optativas, cuatrimestres… y en diversas escuelas…

no distingo, no hay jerarquía…
El número de personas que trabaja en el despacho es variable, ahora somos entre doce y quince, incluyendo a la secretaria y aparejador. Con este número de personas, que es el máximo que hemos tenido nunca, no es necesaria una gran estructura organizativa. Hay un arquitecto, Joan Vera, que lleva veinte años conmigo, y después más arquitectos que estudiantes; de los primeros hay gente que lleva dos o tres años, alguno que empezó como estudiante… No es que haya mucha diferencia entre el tipo de trabajo que hace un arquitecto y un estudiante; básicamente la que se deriva que el primero está todo el día, que significa mayor conocimiento (es decir mayor responsabilidad) del proyecto que está haciendo…

Mi sistema de admisión de estudiantes o arquitectos es bastante arbitrario y casual.

En ocasiones, si necesito ayuda y coincide con que viene alguien a pedir trabajo, se lo doy. En general leo todos los curricula que me envían, y naturalmente me interesan los proyectos que explican, pero también –y en muchas ocasiones es decisivo- las cartas de arquitectos que conozco o admiro, recomendándome a tal o cual persona; y, a partir de aquí, hacemos un periodo de tres meses de prueba para ver el interés mútuo, y se empieza a trabajar.
Es muy importante, en relación al trabajo, que uno entienda que tiene una cierta responsabilidad sobre aquello que hace, que no actúe como el estereotipo del funcionario.

Quiero decir que, en relación a este tipo de colaboraciones, hay una actitud posible, que es decir: ‘dámelo todo definido, lo pregunto todo y luego lo dibujo’. Eso aquí es imposible, porque entonces prefiero hacerlo directamente yo.

Mi afecto por Jujol…
Ya te he comentado antes que creo que mi afecto por Jujol se inicia quizás en el afecto que tenía mi tío por las cosas anónimas, generadas con ingenio pero sin dinero. Yo creo que ese aspecto, aunque no me hubiera interesado la arquitectura, siempre me habría gustado de Jujol, como sucede en realidad con tantas otras personas, no arquitectos pero apasionados de su obra.
Hay muchas cosas en su obra que me parecen absolutamente actuales y que de hecho vienen a ocupar un espacio que la arquitectura que hacemos, o que se enseña en la Escuela, heredera del Movimiento Moderno, no ha sabido llenar.
En realidad tiene que ver con abrir un diálogo con el espectador. Por ejemplo, en relación al concepto de inteligibilidad, a organizar el edificio como un objeto inteligible, como nos ha enseñado el Movimiento Moderno, Jujol propone organizar el edificio como una narración que sustituye, enmascara o hace innecesaria a la técnica (en tanto que instrumento de la inteligibilidad).
La escalera de acceso a los dormitorios de la Casa Negre es, por ejemplo, toda una historia, un cuento magistralmente expuesto con imágenes sobre la noche, las estrellas, las procesiones, los ángeles y las verbenas.
En mi opinión, esta opción narrativa introduce no sólo un diálogo, sino un diálogo cordial, amable con el usuario y el espectador. Más que un diálogo, es un “viaje” lo que propone, un viaje alternativo a la realidad, tantas veces absolutamente necesario. Si sigo con el ejemplo de la escalera de la Casa Negre, tomarla para ir a los dormitorios es “prescriptivo” si uno ha llegado al final del día abrumado por el peso de la realidad y necesita dormir.

Celebrar la vida…
En relación al despliegue de materiales, a la arquitectura que muestra materiales que se organizan según técnicas que a su vez construyen espacios, que tantas veces concluye ensimismada, que ahora es cada vez más una exhibición de medios, de tecnología, de halterofilia, en suma, de poder, de dinero, de trabajo, la obra de Jujol rescata de los deshechos de esos mismos edificios fragmentos inútiles, trozos sin forma y los enseña y sacraliza como muestras enormemente valiosas de la creación del mundo. Con la basura, literalmente (y espero que se me entienda…), Jujol monta otra historia alternativa a la anterior, en la que si al final de aquélla se producía una sacralización de la técnica y del trabajo, que deja al espectador indefenso, con la boca abierta, en el caso de Jujol el objetivo último es celebrar la vida, sacralizar la naturaleza …(entusiasmado, Pepe Llinás muestra un fragmento cerámico recogido del suelo)…, la existencia como algo pleno, vital…, lo contrario del trabajo…, que hace reaccionar al espectador sonriendo.

Jujol no deja con la boca abierta: hace sonreir. Eso es Jujol y en eso su obra es substancialmente diferente a la arquitectura que hacemos. Sota hablaba de estar gratamente en un edificio, que creo que es un poco lo mismo, y quizás es el momento de introducir conceptos como corporeidad, afecto, cordialidad, narración o deseo, en una arquitectura que tiende al exceso y a la propaganda. Convertir los edificios tan sólo en objetos, brillantes y perfectos, impresiona y te hace sentir pequeño e insignificante. Pero no se trata de eso. Creo que hay que resistirse al acto reflejo de abrir la boca. Prefiero esa otra obra, que hace sonreir y provoca afinidades remotas y solidaridad.

[1] El PSUC fue el partido, vertebrado con el PCE en el resto de España, que en Cataluña encabezó la resistencia obrera y popular contra el franquismo, desde 1936 hasta la muerte del Generalísimo.

Respuesta a un estudiante
Los materiales innovadores parecen formar parte indivisible de la arquitectura que se hace ahora. ¿Qué papel tienen en tu obra?
Albert Marín Navarro, estudiante de proyecto final de carrera.
Escola tècnica superior d’arquitectura ed Barcelona, ETSAB.

Los materiales, incluso los sistemas constructivos, aparecen en mis proyectos muy hacia el final, casi a la fuerza; creo que debido a ello son poco significativos o nada originales.
Materiales y quizás también, los sistemas constructivos son instrumentos de proyecto que, a diferencia de otros que permanecen irreductibles en el interior del despacho, son también atributos de constructores y de la propiedad.
Muchas veces su elección es compartida con esas otras dos partes: desde la, no por común menos verdadera, elección de recubrimientos en que la voz de la propiedad puede subir varios tonos, a las condiciones económicas y de factibilidad de materiales y sistemas constructivos, en cuyo caso es la voz del constructor la que puede hacerse notar.
Son relaciones cuya racionalidad es frecuentemente cortocircuitada por el dinero, que reclama su presencia en el proceso; y que tantas veces acaba «representado», al final, con tal energía, que desplaza o substituye a la arquitectura.
No estoy muy cómodo en estas reuniones, a veces muy serias. Prefiero resolver los proyectos en el aislamiento del despacho, con menos instrumentos y por tanto con más limitaciones. Por ahora.

Título: Josep Llinás: Autor de arquitectura Colección: Autor de arquitectura Subtítulo: Autor de arquitectura Número de control: 1696-3288 Lugar de publicación: Barcelona Editorial: Scalae Año: 2007 Otros responsables: LAMPREAVE SÁNCHEZ, Ricardo; BARBA, José Juan; MESTRE, Xumeu; ARRANZ, Félix Autor: LLINÀS, Josep Edición: Fascículo: no.7 Precio: 3€