Pequeña reflexión sobre el olimpismo actual y los proyectos de los Estadios Olímpicos de Madrid y Tokio.
10 de septiembre de 2013

[Jaume Prat] En 1981, el director de cine británico Hugh Hudson fija la manera de rodar un acontecimiento deportivo con su película Chariots of fire. La película reflexiona, a través de la relación de los dos protagonistas (los personajes reales Harold Abrahams, activista judío, y Eric Liddell, misionero anglicano), sobre el sinificado de la palabra deporte. Palabra que en lengua catalana conoce dos acepciones que resumen las dos actitudes: esport se relaciona con la práctica competitiva profesional y deport, con la práctica deportiva lúdica. Abrahams prácticamente inventa el deporte profesional moderno, siendo uno de los primeros atletas en contar con un entrenador especializado. Retirado de la prácitica deportiva activa, seguirá ligado a ella mediante tareas de organización hasta su muerte a los 78 años. Liddell corre por motivos religiosos, casi como si de un rapto místico se tratase. Simultaneará la práctica deportiva con una licenciatura en ciencias exactas y las prácticas misioneras en China que lo llevarán a la muerte a los 43 años en 1945 al negarse a dejar su misión a causa de la Segunda Guerra Mundial. Los dos personajes, cada uno a su manera, llevarán sus ideales a las últimas consecuencias: una vida dedicada a la política a través del deporte el primero, una vida dedicada al servicio el segundo, donde el deporte se concibe tanto como instrumento de relajación y superación personal como para glorificar el cuerpo humano como obra de Dios. La dialéctica entre las dos maneras de entender la vida tiñe la película. El guión, obra del actor Colin Welland, se sitúa a medio camino entre las dos posturas. Hugh Hudson, en cambio, no puede ocultar su fascinación por la actitud de Liddell, que tiñe toda la película, desde el título (Chariots of fire es una cita de un poema del místico William Blake) al uso de la cámara lenta que crea belleza a partir del esfuerzo de los corredores pasando por la excepcional banda sonora del griego Vangelis Papathanassiou: la actitud de Abrahams fija el olimpismo moderno, pero sin la pasión de Liddell nada será posible. 

Actualmente los Juegos Olímpicos son uno de los pocos lugares comunes de un mundo desesperadamente necesitado de ellos: pocos eventos son capaces como este de convocar y exaltar de modo pacífico los ánimos de miles de millones de personas. Y ninguno de ellos es cultural. Los Juegos Olímpicos modernos ya no responden al lema del Baron de Coubertin Citius, Altius, Fortius por haber llevado el cuerpo humano a sus límites: el propio Abrahams, habiendo recibido un entreno especializado precario y poco científico comparado con el que cualquier atleta medio recibe actualmente, fija el record del mundo en 10,6 segundos. 85 años más tarde, toda la tecnología moderna puesta al servicio de un físico privilegiado como el de Usain Bolt sólo ha conseguido rebajar dicho record en algo más de un segundo, fijándolo en 9,58 segundos. Ya no es posible ir más arriba, más alto, más fuerte. Y ningún deportista amateur puede acceder a las pruebas con más presión de público y más presión económica. 

Pero sí es posible gastar más, construir más, especular más. Las sedes y subsedes olímpicas son literalmente subastadas a cambio de unos meses de notoriedad que, con suerte, serán capaces de alterar por unos años el ranking de ciudades más visitadas a favor de la organizadora de los juegos. Que sólo tendrá dos actitudes para enfrentarse a éstos: la especulación pura y dura acrítica, incluso contraria, al desarrollo posterior de dicha ciudad o el uso del evento como excusa para un desarrollo más lógico y sostenible. Históricamente los casos de Barcelona (que ganó su apertura al mar y toda una serie de infraestructuras necesarias gracias al evento) o Atenas (con buena parte de las instalaciones deportivas abandonadas y en ruinas) ejemplifican estas dos actitudes. 

Recientemente se ha fallado a favor de Tokio la competición por la sede de las Olimpiadas de Verano de 2020, siendo Istanbul y Madrid las dos ciudades perdedoras. Reflexionar sobre los proyectos de los Estadios Olímpicos de Tokio y Madrid es útil para entender la concepción urbana de las dos ciudades. 

Los dos estadios son rehabilitaciones y ampliaciones de obras previas: en el caso de Tokio, Zaha Hadid resultó la ganadora de un concurso internacional cuyo jurado estaba presidido por Tadao Ando, principal aval de la arquitecta. El estadio previo se construyó para albergar los Juegos Asiáticos de 1958. Su arquitecto fue Mitsuo Katayama. El estadio se ubica en la zona de Shinanomachi dentro del distrito de Shinjuku. Es decir, en el centro de Tokio. Alimentado por una estación de tren que tiene un flujo de tres millones de visitantes diarios: la ciudad ha decidido apostar por un equipamiento central con voluntad de seguir creando centro. 

Madrid ha apostado por la remodelación de un estadio de 21000 espectadores ubicado en el barrio de San Blas, construido a propósito de los mundiales de atletismo de 1994 por los arquitectos Antonio Cruz y Antonio Ortiz, conocido en la ciudad como La Peineta. El estadio consiste en una tribuna de hormigón, formalmente parecida al objeto que ha dado nombre al lugar, que concentra todas las instalaciones, y unos graderíos formados por un talud natural fijado por una plantación de césped. Los autores de la remodelación son los mismos arquitectos autores del proyecto original, que, por su morfología, era perfectamente ampliabl
e sin tener que desmontar ninguno de sus elementos. La peineta original se queda, intacta, complementada por unos graderíos perimetrales de hormigón aunados con el proyecto original a base de una cubierta unitaria de geometrías plegadas apeadas sobre dos anillos de torsión concéntricos. 

Los dos graderíos quedan cubiertos en su totalidad. El de Tokio, adicionalmente, permite cubrir el estadio entero a través de una cubierta que en los render parece un toldo transparente. La información subministrada por la web de Cruz & Ortiz permite hacerse la idea no sólo del proyecto, sino de su sistema constructivo y estructural, claramente definido. El estadio de Zaha Hadid es absolutamente hermético en cuanto a sus sistemas estructurales y constructivos. 

Las diferencias entre las dos instalaciones marcan el grado máximo de separación entre las dos propuestas: Tokio convierte el estadio en un espacio público complejo. La cubierta del estadio es transitable. El anillo de torsiones que equilibra los laterales de la tribuna tiene una planta de altura y también es transitable: público a cubierto, público a descubierto formando parte de un sistema de espacios públicos que tiene como protagonista último una instalación pública en el centro de una ciudad: se atrae al público al lugar y éste garantiza su viabilidad. Las formas de Hadid, discutibles desde muchos puntos de vista (constructivo, económico, incluso estético) son flujo, ordenan flujo, crean flujo. No es posible dibujar el estadio sin las infraestructuras que lo alimentan. No es posible disponer lógicamente una puerta a ese sistema de espacio público que prolonga, anima y se integra al sistema de espacios públicos circundante. 

El Estadio Olímpico de Madrid se espera rentabilizar mediante un trueque puro y duro: una constructora-promotora compra el antiguo estadio del Atlético de Madrid, lo derriba y construye viviendas. A cambio el club (y la ciudad, circunstancialmente), recibe otro estadio mayor que el anterior, en la periferia de la ciudad, para sus eventos deportivos. Teniendo en cuenta que algunas grandes ciudades europeas (como Milán o Münich) con dos clubes de futbol en Primera División tienen un estadio a compartir para los dos equipos para hacer más sostenible su explotación. Opción que ni tan sólo se ha considerado en Madrid. 

El estadio de Madrid está actualmente en obras. Las obras avanzan poco o nada, careciendo de fecha de terminación. Lo que ha arruinado el estadio previo sin saber si se completará el nuevo. Que, además, ubicado, de momento, en medio de ninguna parte por no estar ni esperarse el desarrollo urbanístico del lugar, carece de cualquier tipo de infraestructura que lo alimente: ni aparcamiento ni estación de tren o de metro. 

El Estadio Olímpico de Tokio es, fundamentalmente, una infraestructura urbana. El Estadio Olímpico de Madrid es sólo un buen edificio a sumar a una colección de cromos, eventualmente de calidad o de gran calidad, que, sumados, no tienen ninguna voluntad urbana: la ciudad se hace a posteriori y, demasiado a menudo, contra lo previamente construido sin apenas más planificación que intentar arreglar lo que la colocación de estos haya podido crear; esperar, ver y arreglar precariamente hasta la siguiente operación. Sin que estas consideraciones parezcan importar demasiado a los miembros del COI, que, habiendo perdido el norte del olimpismo original, están inmersos en una campaña global en que las ciudades organizadoras sólo cuentan con su libre albedrío para salir airosas del evento. Dato sobre el que Madrid, ahora sin excusas de este tipo, debería de reflexionar para no hipotecar todavía más su desarrollo futuro. 

País: España, Japón
Ciudad: Madrid, Tokio
Agentes: Cruz y Ortiz
Agentes: Zaha Hadid
Agentes: Hugh Hudson
Edificios: Estadios Olímpicos Madrid y Tokio
Autoría de la imagen: Zaha Hadid Architects, Cruz y Ortiz arquitectos