Síntomas y diagnósticos de un cambio XXIX (incluido en boletín 31)
6 de abril de 2010

Un buen libro descubre otros posibles libros como una buena arquitectura incentiva la posibilidad de otras posibles arquitecturas, otros relatos. Y es que, quizás, sea el relato construido en libro la más pequeña de las arquitecturas. Y, quizás también, se explique la condición habitual de lectores de las personas sensibles por la arquitectura, por la íntima conexión entre relato y arquitectura.

Llàtzer Moix, que no es arquitecto pero escribe muy bien, de siempre y no exclusivamente sobre arquitectura, acaba de añadir a su precisa saga de textos sobre los arquitectos un nuevo volumen «Arquitectura Milagrosa. Historias de los arquitectos estrella en la España del Guggenheim», publicado por Anagrama en la colección de «crónicas». Se trata de un libro amable que, sin prisas ni agobios, conduce a quien lee por los entresijos de acontecimientos milagreros de la arquitectura hecha en España en las dos últimas décadas. Es amable mostrando las claves de esos hechos y acontecimientos, en ocasiones simplemente sugiriéndolas, pero sobre todo es delicado por su confianza en la inteligencia de sus lectores, sujetada en una erótica narrativa fina que señala pero evita deliberadamente revolver lo que no huele bien o asfixia y, especialmente, desestima los apartados mas innecesariamente escatológicos que como en cualquier otro apartado o miseria de actividad humana que siquiera transversalmente roce política, poder, economía y beneficio pudiera ser primer plano en la literatura de otro tipo de autores o comentaristas.

No es nuestra labor, ni habitual, que desde aquí se lancen elogios tan exactos y dirigidos, y espero que se entienda y sepa disculpar la ocasión, que lo merece, porque como comentaba al principio la convivencia por unos días con este buen relato permite, me ha ocurrido, identificar al menos tres cuestiones de las que es necesario hablar, en esta serie de «síntomas y diagnósticos de un cambio» que nos ocupa.

Son cuestiones no abordadas en la publicación, pero consecuencia directa de su lectura. A saber: uno, la urgencia en evidenciar el papel de las manos ocultas, «negros» se les llama obscenamente en ocasiones, habituales en las principales y no tan principales oficinas privadas y administraciones públicas de arquitectura, incluso españolas; dos, la necesidad de explicitar con exactitud, para lo bueno y para lo malo, la relevancia de determinados clientes más como co-autores de arquitectura que no tanto como simplemente deseadores o promotores y, por último, tres, lo necesario de distinguir actitudes y oficio antes que títulos y exclusivas corporativas; es decir: abandonar la ilusión de que es el arquitecto, por el hecho de serlo, quien pretende arquitectura; el ingeniero la solución de lógica y simple eficacia y el economista la economía y el beneficio, en favor de pensar que hay una actitud que procede y busca la estrategia y los procedimientos de la arquitectura, otra que procede y busca el ingenio de la solución, otra que nace y llega a la economía y, añadimos, una escasa que encuentra en su razón de ser el valor social y en ocasiones el artístico. Son actitudes no corporativas, no exclusivas de titulaciones. Actitudes que como los pájaros de Pandora pareciera que andan algo revueltas y desorientadas, al albur de los balines de la carabina de un zagal, o de un prejubilado, que se piensa arquitecto, o ingeniero o… tanto da.

De estas tres cuestiones y de estas cuatro actitudes hablaremos en los próximos comentarios, de los que anticipamos ahora, ya, algo que Enric Miralles repetía insistentemente en las conversaciones que tuvimos ocasión de compartir en los primeros noventas: «nos hemos convertido en arquitectos firmones, del trabajo de los estudiantes en la escuela y de los arquitectos jóvenes en el estudio…», decía. Lo decía, alguien como él, abiertamente, hace veinte años, muy posiblemente impresionado por la potencia creativa o profesional de alguno de sus colaboradores.
Hoy ya no es suficiente con pensarlo ni con decirlo. «Así no se juega», que también era frase de Enric. Siendo real que el estudiante de arquitectura mantiene viva la épica del héroe, entre otros motivos porque sus recursos y objetivos son lógicamente limitados y le obligan a la soledad en muchas ocasiones, resulta inaceptable que dicha épica traspase las puertas de las escuelas y que bajo su protección se justifiquen hurtos y atropellos profesionales y sociales. En tiempos en que la oportunidad de un arquitecto puede ser única y de por vida convendrá que aprendamos a reconocer a cada cual lo que le corresponde y cesen admiraciones cínicas del tipo: «es un(a) excelente arquitecto, pero por su cuenta no va ni a recados, menos mal que lo(a) tengo en el estudio». Así ya no se puede jugar. Así se han quemado, posible, injusta y abusivamente, una, dos y hasta tres de las recientes generaciones de arquitectos españoles. Y no ha sido para bien de la arquitectura ni de la sociedad, sino para gloria de gente que la merece… y de gente que no. Y de esa gente querremos hablar. Seguirá…

 Artículo incluido como editorial en la circular semanal «boletín SCALAE» en su edición 031

Agentes: Enric Miralles
Agentes: Llàtzer Moix